Es, seguramente, el músico vasco con más proyección internacional. 22 álbumes a sus espaldas, un grammy e incluso hay novelas americanas que se hacen eco de él. Lleva toda la vida dedicada a los ritmos tradicionales vascos, a la trikitixa, que ha paseado por medio mundo, embrujando con su canto de sirenas a todo aquel que la oye.
(Perfil publicado en el suplemento Estilos de Vida de La Vanguardia el 11 de octubre de 2014)
Léelo en PDF: El pandero de Kepa Junkera (cast) o si ho prefereixes, en català: El pandero de Kepa Junkera (cat)
O en texto seguido:
En Euskadi popularmente lo llaman infernuko hauspoa, el fuelle del infierno. Porque sus ritmos se te meten como el diablo en el cuerpo. Y entonces no puedes hacer otra cosa, al sentirlo, que bailar y bailar. De eso Kepa Junkera (Bilbao, 1965) sabe mucho. Porque lo lleva tocando casi 35 años, que se dice pronto, y seduciendo a todo aquel que lo escucha. Se trata de un acordeón vasco, una trikitixa, el instrumento del que se enamoró, asegura, cuando tenía sólo nuevo años, y que ha paseado por medio mundo, literalmente. Desde Nueva York a Colombia, pasando por Irlanda, Francia, Portugal.
Cuando le preguntan, responde con orgullo que es de Rekalde, de un barrio de Bilbao. Y que es autodidacta. “A mí nadie me enseñó nada. No había ni escuelas yen casa no sobraban las pesetas para comprarme un pandero y menos una triki”. Pero tenía lo básico, una pasión desbordada por la música tradicional vasca.
“De niño, cuando mi aitite regresaba de tocar de alguna fiesta, acababa dándole a la pandereta al lado de casa, tomando unos txikitos. Y mi madre bailaba, y lo hacía muy bien. Había mucha costumbre y yo bajaba del monte para escucharlos. No tendría yo más de siete u ocho años. Y cuando oía ese ritmo… sentía un amor increíble. Aquella música me atrapó”.
Y ya de adolescente se metió en un grupo de bailes populares, Beti Alai; aprendió el txistu, una flauta tradicional vasca, y la alboka, un instrumento muy singular con dos astas de vaca y pelo de caballo. Hasta que un amigo le dejó una triki muy vieja que había sido de un pariente. “Empecé jugando y hasta hoy”. Con 17 y 18 años ya lo empezaban a llamar de fuera y en su barrio los amigos se hacían cruces. “Pero, ¿y ahí les gusta?”, le preguntaban extrañados.
Este músico vasco, autor de 22 álbumes compuestos íntegramente por él, ganador de un Grammy en 2004, conserva el pandero que tocaba su aitite, ya rasgado, con el corazón roto, pero nunca lo ha querido arreglar. Para él, explica, es un símbolo de esa pasión por el folklore vasco; y también un objeto artesanal, sencillo, como a él le gustan, con un enorme valor cultural. Forma parte de su vida y de su aventura en la música. Con cariño lo acaricia, lo muestra y explica que “hoy mi aitite tendría 115 años. La pena es que nunca me vio tocar”.
Una historia personal de la Triki
Aunque asegura que no es hombre de efemérides, este año que entra Kepa Junkera cumplirá medio siglo y 35 años detrás de la trikitixa. Y ha decidido celebrarlo con un álbum-libro muy especial. “Es una vuelta a las raíces, un homenaje muy personal al mundo de la pandereta y de la triki. Sin ningún instrumento más”. Y lo hace acompañado por un grupo de siete chicas de 15 y 16 años, una metáfora de la edad a que él empezó en esto de la triki de manera profesional, que ha bautizado como Sorginak, brujas. “He intentado recoger nuestras raíces y nuestros mimbres y es mi manera de agradecer a todos los maestros de la triki, como Lajanda, Landakanda. Iturbide, Auntxa, Sakabi, Joakintxu. Quiero rendirles un homenaje, pero desde la forma de entender la música que tengo yo”.
Tal vez esa forma de entender la música es lo que sedujo a la escritora norteamericana Annie Proulx, quien en su última novela, Los crímenes del acordeón, en un capítulo habla del músico vasco Kepa Junkera y de un tema suyo incluido en su primer álbum.
En un gallinero
Este vasco ha tocado en lugares bien peculiares. Encima de un tractor, en una cuadra y también en un gallinero, como hace poco en el Festival Cans, en Galicia. “Sacan las gallinas y tú tocas allí dentro, rodeado de gente, delante y detrás. Yo prefiero tocar así, ante un público pequeño. Hacemos una música muy artesanal, sin grandes despliegues técnicos. Es tal vez muy primaria, una pandereta y poco más, pero tiene una fuerza increíble”.