El misterio de las calaveras de cristal

¿Genuinas o falsas? Los propietarios de 13 calaveras de cristal aparecidas desde el siglo XIX las presentaron como antigüedades precolombinas. Los expertos no lo tienen tan claro.

(reportaje publicado en el número de junio de la revista Historia y Vida)

La casualidad hizo que aquel día, el día de su decimoséptimo cumpleaños, Anna encontrara el que quizás fuera el mejor de los regalos que jamás recibiría. Hacía apenas unos meses que había llegado a Belice -entonces Honduras Británica-, en una expedición arqueológica liderada por su padre, el intrépido y popular aventurero inglés Frederick  Albert Mitchell-Hedges, quien se había convertido en toda una celebridad por sus hazañas a lo Indiana Jones. Tras varias semanas en aquel país, la expedición británica, entre quienes se hallaban representantes del Museo Británico y especialistas en cultura maya, había arribado a una zona conocida como Punta Gorda, situada en plena selva, donde habían comenzado a excavar en busca de vestigios de los Mayas.

Allí hallaron una enorme plaza de piedra, varias pirámides, viviendas y cámaras subterráneas, que conformaban un complejo arquitectónico al que bautizaron como Lubaantun, o la “ciudad de las piedras caídas. Y fue entre esas ruinas, debajo de un altar, donde Anna hizo el descubrimiento que cambiaría sus vidas: el 1 de enero de 1924 encontró uno de los 13 cráneos de cristal que hay repartidos por el mundo en colecciones públicas y privadas. Objetos rodeados de leyenda y de misterio, que han devenido estandartes del movimiento New Age y a los que el imaginario popular les atribuye poderes mágicos. Incluso han inspirado una película, Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (2009).

Misterio y leyenda

Los cráneos de cristal de cuarzo se han asociado a los pueblos mesoamericanos precolombinos: aztecas, mayas, toltecas y mixtecos. Pero, de hecho, nada se sabe de su origen, puesto que ninguna calavera procede de una excavación documentada. Ni tampoco se conoce con certeza dónde fueron halladas ni cómo. Hay quienes se aventuran a afirmar que son el legado de inteligencias superiores procedentes de otros mundos; que son vestigios de Atlantis o de Lemuria; e incluso hay una teoría que defiende que fueron fabricadas por una sociedad sumamente sofisticada que vive en el interior hueco del centro de nuestro planeta y que cada una de esas 13 calaveras contienen una parte de la historia de ese pueblo.

Explicaciones fantásticas aparte, desde que comenzaron a aparecer en colecciones públicas y privadas, su autenticidad siempre ha sido cuestionada. Poco tienen que ver con el sello estilístico y técnico propio de cualquier calavera precolombina genuina, que son un motivo importante en la iconografía mesoamericana, si bien algunos han querido ver en ellas ejemplos de arte mexicano, usadas en las iglesias quizás como base para los crucifijos. De hecho, hoy en día la comunidad científica las sitúa dentro de las muchas falsificaciones producidas durante la segunda mitad del siglo XIX.

Gracias a técnicas recientes de microscopía electrónica se ha podido comprobar que estas calaveras son mucho más jóvenes de lo que alegan sus poseedores; que seguramente no tienen más de 150 años, que se esculpieron en el siglo XIX, en algún taller europeo, probablemente alemán; y que las historias que las rodean contienen tan poca verdad con la narración de los Mitchell-Hedges sobre cómo encontraron aquel cráneo de cristal en Lubaantun. Y es que, según documentos hallados en el Museo Británico, la calavera no llegó a sus manos en Belice Lubaantun, sino en Londres, donde su padre la compró en una subasta en Sotheby’s, en 1943.

El Cráneo del Destino

La calavera que los Mitchell-Hedges afirmaban haber encontrado en Belice, a la que llamaron “Cráneo del Destino”, estaba esculpida en una sola pieza de cristal de roca; era de tamaño similar a una real, de unos 22,6 cm de diámetro y unos 5kg de peso; contaba con una mandíbula articulada, que la expedición aseguró haber hallado tres meses después en el mismo lugar. El explorador británico afirmaba que, seguramente, el cráneo tenía más de 3600 años de antigüedad y que los Mayas la habrían empleado con propósitos mágicos y en rituales, para provocar la muerte o curar enfermedades.

El entusiasmo con el que Frederick A Mitchell-Hedges presentó la calavera a la comunidad científica chocó con el desinterés de ésta, motivado en buena medida por la falta de contexto: entre las fotos que la expedición tomó en Lubaantun, no se conservaba ninguna del momento del descubrimiento de la calavera. Años más tarde, Anna alegaría que todos los documentos de su padre, incluídas las fotos, se había perdido durante un ciclón en la isla de Hatteras (Carolina del Norte, EEUU) .Tampoco poseían documentación sobre el lugar exacto donde se halló, ni existía conocimiento alguno de ella antes de 1943. ¿Por qué si la encontraron en 1924 no dijeron nada hasta 1943? Durante la década de llos años 30, escribió numerosos artículos en diarios e incluso un libro sobre Lubaantun y, sin embargo, no mencionaba la calavera. De hecho, la primera referencia que existe es de 1936, cuando en el diario británico dedicado a la antropología, “Man”, se citaba y se decía que estaba “en posesión de Mr Sydney Burney”, un anticuario londinense. Incluso algunos informes ponen en duda que Anna estuviera presente en aquella expedición.

Verificar la autenticidad del cráneo del Destino resultaba sumamente complicado en la década de los 40 y los 50. Al carecer de contexto y tratarse de un objeto de cuarzo piezoeléctrico -el mismo material que se emplea para fabricar los circuitos de los ordenadores- no se podía datar mediante métodos científicos como el carbono 14, que sólo es aplicable a materia orgánica. A los investigadores sólo les quedaba una forma para intentar averiguar si era o no una reliquia: analizar la técnica con la que había sido tallado. Eso les daría una idea de los instrumentos empleados y de si, por tanto, era o no un objeto maya.

Supuestamente, en 1970, Anna Mitchell-Hedges la prestó a los laboratorios especializados en investigaciones en cristal que Hewlett-Packard tenía en Santa Clara (California). Aunque éste es un dato controvertido, puesto que algunas fuentes dudan de que realmente HP llegara a analizar el cráneo, lo cierto es que se conserva una publicación de esta compañía, Measure, de 1970, en la que se relata la investigación llevada a cabo sobre la calavera de Mitchell-Hedges.

Sorprendentemente, los expertos concluyeron que aquella calavera, ¡no debía existir! Descubrieron que había sido tallada en contra dirección, cuando los cristales se cortan teniendo en cuenta su eje para evitar resquebrajarlos y romperlos; por lo que resultaba incomprensible que aquella calavera no estuviera hecha añicos. Tampoco hallaron arañazos ni trazos en el cristal que indicaran que hubiera sido esculpida con instrumentos de metal, por lo que concluyeron que se debieron usar diamantes y que todos los detalles de la calavera probablemente se esculpieron usando una solución de arena de silicona y agua, un trabajo meticuloso y agotador para el que, de haberse hecho así, los Mayas hubieran necesitado nada menos que 300 años para concluirlo. Asimismo, encontraron que en su interior contenía un prisma bien formado, así como túneles para que pasara la luz; las cuencas de los ojos albergaban lentes cóncavas perfectas, por lo que, cuando se iluminaba por debajo, la calavera se encendía como si estuviera ardiendo.

No fue éste el único examen a que se sometió el cráneo del destino. Investigadores del Museo Británico también lo analizaron meticulosamente, pero el misterioso objeto consiguió zafarse de todas las pruebas y continuar envuelto en secreto. Los expertos en piedras preciosas del Museo no lograron hallar ni un solo o indicio que les permitiera dar con el origen de tal joya. Tras la muerte de su padre, Anna custodió la calavera durante 60 años, tiempo durante el cual la mostró en exhibiones privadas, en las que hacía pagar una entrada a los curiosos que querían verla. La hija de Mitchell-Hedges murió a los 100 años de edad y legó la Calavera del Destino a Bill Homann, quien la estuvo cuidando personalmente los últimos 8 años de su vida. Ahora Homann planea abrir un museo, el Mitchell-Hedges Museum, en Sedona (Arizona), dedicado a esta calavera.

Otras calaveras

El Cráneo del Destino es una de las 13 calaveras que se conocen, aunque se cree que podría haber más. Empezaron a aparecer durante la segunda mitad del siglo XIX, tanto en colecciones privadas como en museos, en una época en que aún no se habían llevado a cabo excavaciones arqueológicas científicas en México y apenas se tenían conocimientos sobre objetos precolombinos. En aquel periodo, en Europa y Estados Unidos se había desatado una verdadera fiebre por poseer piezas procedentes de esas culturas mesoamericanas, lo que propició que empezaran a proliferar tiendas de reliquias y antigüedades en México, llenas de vasijas, silbatos, figurillas y toda suerte de objetos, la mayoría de los cuales no eran más que falsificaciones. De hecho, un arqueólogo del Smithsonian que visitó Ciudad de México en 1884, ya alertó en el diario Science de la gran abundancia de imitaciones expuestas en museos de aquel país.

Las calaveras no aparecieron todas a la vez, sino en tres tandas. Las primeras lo hicieron en la segunda mitad del siglo XIX, y eran muy, muy pequeñas, de apenas tres o cuatro centímetros de altura. La primera podría haber aparecido en 1863 y al parecer tenía 2,5 cm de alto; la adquirió el banquero británico Henry Christy en 1856 y luego se la vendió al British Museum . Se cree que detrás de esta remesa se hallaba el anticuario francés Eugène de Boban. Había pasado su adolescencia en México, donde trabajó como “arqueólogo” oficial de la corte mexicana del emperador Maximiliano. También era miembro de la Comisión Científica Francesa en aquel país. Al volver a Francia, abrió en París una tienda de antigüedades y vendió buena parte de su colección propia al explorador y etnógrafo francés Alphonse Pinart. Poco después, en 1878 Pinart realizó una importante donación de objetos arqueológicos al Museo del Trocadero, el precursor del Musée de l’homme, entre los que se hallaban tres calaveras de cristal.

Ya en 1867, se mostraron dos más en la Exposición Universal de París, procedentes de la colección de Boban. Siete años más tarde, el Museo Nacional de Antropología, en la Ciudad de México adquirió una por 28 pesos al coleccionista mexicano Luis Costantino, y otra, por 30 pesos, en 1880. Poco después, en 1886, el Smithsonian compró un cráneo de cristal perteneciente a la colección de Agustin Fischer, quien había sido secretario del emperador Maximiliano en México. Fue expuesta en una muestra de falsificaciones arqueológicas comisariada por William Foshag, un experto en mineralogía del Instituto Smithsonian, en la década de 1950, quien se había percatado de que había sido tallada con una rueda lapidaria moderna. De forma misteriosa, la supuesta reliquia desapareció poco después de 1973 sin dejar ningún tipo de rastro.

La segunda generación de estos objetos misteriosos apareció en 1881, también en la tienda que Boban tenía en París. Eran mucho mayores que los primeros, de tamaño similar a un cráneo humano (unos 15 cm de altura). Boban disponía de una, que aparecía en el catálogo de la tienda, aunque separada del resto de antigüedades mexicanas. En 1885 se la llevó de vuelta a México, donde la exhibió junto a una colección de calaveras humanas reales en su particular ‘museo científico’, que es como se refería a la tienda de reliquias que tenía en la capital mexicana.

Cuenta una leyenda local que Boban trató de que el Museo Nacional de México se la comprara en 1885; alegó que era azteca, pero el Museo, no sólo la rechazó, señalando que era una falsificación, sino que lo denunció por intento de fraude y por dedicarse a expoliar piezas de arte, por lo que tuvo que escabullirse a toda prisa hacia Estados Unidos para evitar a la justicia mexicana. Se instaló en 1886 en Nueva York y al poco organizó una subasta en la que puso a la venta miles de objetos supuestamente arqueológicos, manuscritos coloniales mexicanos y una gran biblioteca. Tiffany & Co se hizo con la calavera por 950 dólares y una década más tarde, se la vendió al Museo Británico por esa misma cantidad. Curiosamente, el catálogo de Boban de 1886 de aquella subasta listaba otra calavera de cristal, también de origen supuestamente azteca, aunque se desconoce a dónde fue a parar o si se llegó a vender.

La tercera generación apareció ya en el siglo XX, poco antes de 1934. Una de ellas era propiedad de Sidney Burney, un anticuario londinense; aunque no existe documentación alguna de cómo llegó a sus manos, Burney decía que la había comprado 10 años atrás a un coleccionista privado cuyo nombre no reveló. Es una réplica casi exacta de la del Británico, también posee una mandíbula separable y articulada. De hecho, esta calavera es la que acabó en manos de Mitchell-Hegdes en la subasta en Sotheby’s, Londres, en 1943. La calavera más reciente es la llamada “Max”, o calavera de cristal de Texas, también rodeada de una historia suculenta. Se dice que es la más antigua de todas y que podría tener nada menos que 36.000 años de antigüedad. Se supone que fue hallada entre 1924 y 1926 en una tumba en Guatemala, aunque como ocurre con el resto de estas piezas, no existe documentación alguna al respecto. Su propietaria, JoAnn Parks, una americana de Houston, cuenta que un monje tibetano se la dio antes de morir en 1973. Su marido y ella la mantuvieron guardada en un caja hasta que en 1987 vieron un reportaje de la calavera de Mitchell-Hedges por la tele. Entonces, sacaron la suya y comenzaron a exhibirla. La última calavera en aparecer fue la que ahora se encuentra en el Smithsonian. Fue una donación que un coleccionista anónimo realizó en 1992 al Instituto y que, como el resto, no es más que una falsificación.

Desde la publicación en 1954 de las memorias de Mitchell-Hedges, Danger my ally, las calaveras adquirieron un origen maya y se rodearon de una gran cantidad de leyendas fantásticas. Han recorrido un largo y exitoso camino. Algunas han pasado a manos de coleccionistas privados, a otras se les ha perdido la pista, y unas pocas han ido a parar a museos. Unos, como el Británico, las muestran como ejemplos de falsificaciones; y otros, en cambio, como objetos genuinos. Es el caso del Museo Nacional de Antropología de la ciudad de México, que exhibe dos calaveras de cristal que alega que son reales, más pequeñas e imperfectas que las que hay en los museos europeos; las cataloga dentro de las colecciones de objetos aztecas y oaxacanos, y las describe como piezas del último período prehispano o de comienzos de la era colonial. Seguramente, la verdad sobre esas calaveras se fuera a la tumba con Boban, detrás al menos de cinco de ellas. Consiguió confundir a mucha gente durante mucho siglo y dejó tras de sí un legado envuelto en intriga y misterio que sigue despertando leyendas tras su muerte.

(despieces)

Calavera del Museo Británico

La referencia documentada más antigua que se conserva cuenta que fue traída desde México a París por un soldado español antes de la ocupación francesa, en 1863. Se vendió a un coleccionista inglés y, tras su muerte, en 1881, el anticuario francés Eugène Boban la compró. Cinco años más tarde, la vendió a Tiffany & Co por 950$, la misma cantidad que pagó el Británico una década más tarde.

Entre 1950 y 1990 en los laboratorios del Británico se realizaron varias análisis con microscopio binocular que sugirieron que las técnicas de tallado eran atípicas de la época precolombina. Los exámenes más recientes revelaron que fue cortada y pulida con un tipo de rueda rotatoria común en las joyerías del siglo XIX europeas, desconocidas en la América precolombina. Se cree que fue tallada de una sola pieza de cristal procedente de Brasil por un lapidario -un labrador de piedras preciosas- europeo, probablemente alemán. Y que después se vendió a coleccionistas privados como una reliquia de la antigua civilización azteca.

Para llegar a esta conclusión, los científicos tomaron impresiones de la calavera utilizando una resina flexible, usada por los dentistas para tomar imágenes precisas de la dentadura. Esas impresiones revelaron diminutas marcas de arañazos de rotación alrededor de los agujeros, lo que constituye una prueba clara de que había sido cortada y pulida con una rueda, un instrumento que los aztecas desconocían.

Durante muchos años, esta calavera se exhibió en el Museo de la humanidad, en Piccadilly, en donde se encuentra la colección etnográfica del Museo Británico. En la actualidad, se muestra en el Museo Británico, en la Wellcome Trust Gallery y se especifica que es una falsificación.

Calavera del Smithsonian

En 1992, casi un siglo más tarde de que el Museo Británico hubiera adquirido su calavera, llegó al Museo Nacional de Historia Americana un pesado paquete, acompañado de una carta anónima que decía: “Esta calavera de cristal azteca, parte de la colección de Porfirio Díaz, se compró en México en 1960. La ofrezco al Smithsonian sin pedir nada a cambio”. Dentro había una calavera algo mayor que un cráneo humano, de cristal lechoso. Un equipo de investigadores del Museo y del Smithsonian se pusieron en contacto con los laboratorios del Británico y emprendieron un estudio conjunto de aquella pieza. Tras examinarla bajo microscopios de luz y electrones, determinaron que se había tallado con un equipo moderno de labrar piedras preciosas, que desconocían los talladores precolombinos. No era más que otra falsificación.

Para saber más:

*Garvin, Richard. «The Crystal Skull.» Doubleday, 1973.

*Mitchell-Hedges, F.A. «Danger My Ally.» Elek Books, 1954.

*Reportaje de la investigadora Jane Walsh, del Smithsonian, en el que narra sus pesquisas sobre estas reliquias: http://www.archaeology.org/0805/etc/indy.html

*Walsh, J M 1997 Crystal skulls and other problems. In: Exhibiting Dilemmas. Washington: Smithsonian Institution Press, 116-139

*Información completa sobre la calavera del Museo Británico así como sobre las investigaciones llevadas a cabo con el Smithsonian. http://www.britishmuseum.org/the_museum/news_and_press_releases/statements/the_crystal_skull.aspx

*Smith, Donald. «With a high-tech microscope, scientist exposes hoax of ‘ancient’ crystal skulls.» Inside Smithsonian Research, Summer 2005. http://www.si.edu/opa/insideresearch/articles/V9_CrystalSkulls.html

7 Respuestas a “El misterio de las calaveras de cristal

  1. ESTA HISTORIA DE LAS CALAVERAS DE CRISTAL ES MUY INTEREZANTE, SOBRE TODO LAS HECHAS EN CUARZO YA QUE SE NECESITARIA DE UN EQUIPO SUMAMENTE MUY AVANZADO PARA GRABARLAS SIN DEJAR RASTROS DE TALLADOS O QUEMADOS POR ALGUN TIPO DE LASER…CRISTINA PERIODISTAS COMO TU DIFUNDEN MENSAJES MUY IMPORTANTES A LA HUMANIDAD YA QUE LA CIENCIA CONVENCIONAL SE CIERRA A ESTE TIPO DE TEORIAS SOBRE EXTRATERRESTRES O VISITANTES QUE DEJARON SU HUELLA EN NUESTRO PLANETA, OJALA Y TAMBIEN SE PUDIERAN JUNTAR TODAS ESTAS CALAVERAS ENCONTRADAS PARA VER QUE SUCEDE CON ELLAS…SERIA INTEREZANTE VERLO,
    SALUDOS CORDIALES

  2. Dr José Luis Ayerbe: Me parece excelente el artículo por la objetividad con que se informa, además , como entusiasta del periodismo de investigación, he venido estudiando el asunto desde hace unos 35 años, y hasta hoy día no se ha visto ningún trabajo documentado acerca de la fabricación de este tipo de escultura en cuarzo por algún orfebre conocido, contando con la posibilidad de llevar un registro paso a paso de la construcción, se podría probar la falsificación simplemente haciendo una réplica, ¿no es curioso?

  3. Este es uno de los casos que mas me han atraído siempre, me encantaría que se llegara a reunir las 13 calaveras, por curiosidad a ver que pasa.

  4. YO NO SABIA DE LA EXISTENCIA DE ESTAS TRECE CALABERAS PERO LO ESCUCHE EN UN NOTICIERO EN LA TELEVICION
    Y ME PARECIO Y NTERESANTE LA NOTICIA Y FACINANTE ESTA HISTORIA

  5. comentario para jorge:
    independientemente de que se junten…
    no saldría shen long .solo seria un encuentro de 13 piezas de cuarzo.

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