La vida antes de Internet

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Hace no mucho tiempo, había una sociedad que no tenía internet. Que enviaba cartas, télex y faxes; en la que costaba llegar al conocimiento en papel, custodiado por bibliotecas, museos y universidades; en la que la ciencia y la cultura avanzaban despacio, aisladas unas partes de otras. Ahora los tiempos han cambiado. ¿Para mejor?

(reportaje publicado en el suplemento ES de La Vanguardia, el 15 de noviembre de 2008)

Hagamos un experimento. Cierren los ojos un momento e intenten hacer marcha atrás en el tiempo y teletransportarse a la década de los 80, o incluso de los 90. ¿Recuerdan qué hacían sin internet? ¿Cómo era el mundo sin la banda ancha? ¿Sin mails, sin oficinas virtuales, sin videoconferencias? ¿Sin YouTube ni Flickr, sin blogs ni foros, sin Wikipedia ni Google, sin Messenger ni Facebook? ¿A que les parece increíble? Bien, ahora, ábranlos de nuevo y traten de pensar en todas las cosas cotidianas que hacen hoy en día en las que se ha colado la Red y en cómo eran capaces de hacerlas antes sin ella. ¿No lo recuerdan? Tranquilos, pasa en las mejores familias. «Creo que ha habido un cambio tan radical que quizás a mucha gente le pase como a mí, que ya no sabe cómo lo hacía antes» – piensa Joan Mayans, un antropólogo de 34 años al frente del Observatorio para la Cibersociedad.

Y es que, a pesar de que el uso generalizado de esta tecnología no se produjo hasta finales de 1996, lo cierto es que ya nos resulta difícil concebir nada sin internet. Se ha imbrincado de tal manera en nuestras vidas, se ha enrededado en nuestros días, en el trabajo, en casa, en el ocio, que cuesta recordar cómo era todo antes de que llegara. Pensemos por un instante en cómo nos comunicamos, en nuestro entorno, en las relaciones financieras, en el ocio: las principales actividades económicas, sociales, políticas y culturales de todo el planeta se estructuran ya por medio de internet.

Las grandes empresas como Zara controlan su imperio desde la Red; han inventado formes de producción y de distribución en la que todas las tiendas que tienen repartidas por el globo y las fábricas están conectadas, de manera que cada día saben qué se ha vendido, dónde y, por tanto, qué se tiene que producir. Y Amazon ha conseguido revitalizar el comercio de libros y de música, dando servivio a los nichos pequeños de consumidores; ya no hace falta tener grandes depósitos en un lugar en concreto, sino una red de tiendas conectadas que responden a las peticiones de los usuarios. Un procentaje elevadísimo del comercio mundial se realiza a través de la Red. E «incluso está ya en el móvil, ha saltado del ordenador al bolsillo, lo que aún hace más difícil discernir qué es internet y qué no. Qué era antes y qué vino con la Red», considera Mayans. Y es que, como afirma el sociólogo Manuel Castells en La Galaxia Internet, «es el tejido de nuestras vidas».
Yo tengo el poder

«Internet en sí no ha cambiado nada»-puntualiza el sociólo Francesc Nuñez, de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC)-. «No es un agente ni una causa que necesariamente provoque u origine cambios en una determinada dirección, sino que se trata de un instrumento que se pone al servicio de diferentes comunidades y que nos posibilita hacer cosas que antes no estaban a nuestro alcance, ensancha nuestros límites humanos». Y ésa es, seguramente, la principal virtud de internet, que, además de ser fácilmente accesible, usable y económicamente asequible, nos da ‘poder’, en minúsculas. El poder de decisión; de conocimiento y de acción; de elección; de elaboración y generación; de comunicación, instantánea, continua y ubicua; de participación. Como si se tratara de un castillo de naipes, Internet ha desmoronado de un bandazo el modelo de sociedad jerárquica vertical. Estamos en un nuevo mundo, basado en la horizontalidad, en el tú a tú.

«Nos ha hecho más poderosos -asegura Mayans-, porque nos ha dado acceso a información y a conocimiento a los que antes era o bien complicadísimo llegar, o bien elitistas o, simplemente, no eran posibles». No se trata tan sólo de leer la versión electrónica de un diario a través de la web -que también-, sino la posibilad de consultar recursos de universidades extranjeras, informes que explican cómo va la economía mundial; miles de blogs sobre tecnología, jardinería, bebés, sexo o motor; medios de comunicación de todo el planeta; libros perdidos en alguna estantería de alguna librería en la otra punta del globo.

Y no sólo conocimiento en abstracto, sino que en la Red podemos encontrar información muy práctica; antes de comprar un coche o una tele, consultas en blogs y en foros la opinión de otros usuarios; preguntas y resuelves dudas; comparas las diferentes marcas y precios antes de decidirte por un modelo u otro. En este sentido, esta herramienta ha hecho posible que se vaya construyendo una especie de contracanal informativo, nutrido con contenidos producidos por los propios usuario y sobre todos los campos, política, productos, relaciones sociales, entorno local, a la vez que nos ha hecho volvernos más productivos Sólo hay que pensar en Wikipedia y en Wiktionary, que, por imperfectos que sean, y por más errores que puedan contener, son un ejemplo de que la unión hace la fuerza, del poder de generación colectiva de contenidos, así como de las ansias de aprender y de la sed de información que representan, algo sin precedentes en la historia de la humanidad.

La comunidad científica pone al alcance de la sociedad fuentes y recursos que potencian y aceleran nuevos descubrimientos y avances. Y, en el ámbito de la cultura, las universidades se lanzan a colgar contenidos en la web y, como explica Pau Alsina, profesor de Humanidades de la UOC especializado en las hibridaciones entre arte, ciencia y pensamiento, «Internet ha comportado nuevos procesos de creación, producción y distribución. Podemos socializarnos, producir, acceder o distribuir libros electrónicos, música, vídeo o películas de todo tipo sin movernos de casa. Además, es un espacio de consumo y producción cultural en el que el espectador participa mucho más».

El disponer de toda esa nueva información, ha hecho que nuestra manera de actuar también cambie; la adopción de las nuevas tecnologías nos ha hecho modificar nuestros patrones de conducta, de consumo cultural; nuestros criterios y nuestra forma de elegir. Ha provocado un renacimiento de la cultura, una democratización del acceso y de la producción. Ahora se consume más música que nunca y más variada, pero gastamos de manera diferente, menos en la compra de cd y más en conciertos», estima el antropólogo Mayans. Y lo mismo ocurre con el cine; ya no vamos al cine a ver cualquier película, algunas las vemos desde el ordenador, pero seguimos prefiriendo la gran pantalla para otras tantas.

Para Alsina, filósofo experto en temas de cultura y nuevas tecnologías, «ha habido un cambio en la recepción de los contenidos puesto que la world wide web ha hecho posible una distribución potencialmente global y una posible mayor interacción entre los productores y los consumidores. Ha facilitado que los consumidores se conviertan en productores y al revés. Y cada vez más triunfa el amateurismo: todos somos expertos en algo, tenemos cosas que decir; somos una generación avezada al ordenador y a Internet, los llamados ‘nativos digitales’, que interactúan en redes sociales, producen contenidos textuales en blogs, distribuyen vídeos o fotos, canciones».
¿Dónde quedamos?

Pero no sólo de conocimiento vive el hombre. Como animales sociales que somos, también necesitamos relacionarnos y el ciberespacio ha supuesto un nuevo espacio público en el que las personas se encuentran, ya sea a través de correos electrónicos, listas de distribución, chats, y en el que se generan nuevas comunidades.»Internet es como un gran laboratorio -apunta Mayans- que te ofrece la posibilidad de observar y de hacer cosas que antes eran impensables, como ligar, conocer gente nueva, mantener relaciones a distancia, comprar, ver a tu nieto que vive en otra ciudad a través de una webcam o asistir a una reunión en la otra punta del mundo sin salir del despacho». Y esas posibilidades, junto con el hecho de que sea fácilmente accesible, fácil de usar y asequible, explican, en buena medida, el éxito de esta tecnología que en tan sólo cuatro décadas de historia está más extendida que la escritura, a pesar de sus 5000 años de antigüedad.

«Biológicamente, estamos abocados a buscar un cierto equilibrio vital a través de las emociones. Éstas son unas guías muy básicas en nuestra relación con el mundo -explica el sociólogo de la UOC Francesc Núñez-. Y las tecnologías, en este sentido, se imbrican con esta necesidad de equilibrio y satisfacción propia del ser humano. Por ejemplo, nos abren a relaciones mediadas tecnológicamente muy diferentes a las que mantenemos cara a cara. Si padecemos una enfermedad, podemos participar en foros y conocer a otras personas que también la padecen y generar así una comprensión sobre tu propia enfermedad que de otra forma difícilmente podrías tener. Es diferente -ni mejor ni peor- a ir un día por semana al grupo de soporte de tu barrio, suponiendo que exista. En Internet puedes, potencialmente, relacionarte con gente de todo el mundo que comparte tu situación y generar así un tipo de empatía que en este caso existe gracias a la tecnología. En definitiva, en las relaciones sociales, electrónicas o no, es esa empatía lo que buscamos. Y pronto -aunque de hecho lo hacemos ya- también podremos ‘simpatizar’ con las máquinas».

En 1999, el catedrático de sociología de la Universidad de Toronto, Barry Wellman, llevó a cabo un experimento en este sentido, para ver de qué manera Internet penetraba en una comunidad y de qué manera ésta se apropiaba de ella. Para ello, escogió un barrio de la periferida de la capital canadiense y lo dividió en dos partes: a una la equipó con conexión a internet, Netville, y a la otra, no, Magenta. El objetivo era ver si realmente las nuevas tecnologías propiciaban que se perdiera el contacto entre personas, que se desconectaran familias y grupos.

Durante dos años estudiaron esa comunidad de Toronto, la online y la offline, cómo sus habitantes se apropiaban de la tecnología y de qué manera afectaba ese uso a las relaciones que mantenían con los amigos, los parientes e incluso los vecinos. Partían de la idea de que en una sociedad de la información, en la que trabajo, placer, ocio y relaciones sociales se pueden mantener desde un «hogar inteligente», las personas podrían rechazar la necesidad de establecer relaciones sociales basadas en lo físico y optar por comunidades online. No obstante, Wellman y su equipo hallaron que las comunicaciones virtuales no sólo no substituían a las físicas, sino que además las fomentaban, estrechando los lazos entre los miembros de la comunidad.

Y eso es lo que llevan explicando desde hace años sociólogos, psicólogos y antropólogos, que Internet no nos aísla, sino que nos une; que la gente está ahora mucho más conectada; que la intensidad de las relaciones sociales de un cibernauta es mucho mayor que la de una persona que no lo está. No se trata de que podamos hacer trámites por internet, como presentar el borrador de la declaración de hacienda, o pagar impuestos, porque eso en sí no es un cambio, sino una comodida: internet te ahorra una cola.

Sin embargo, sí que ha producido patrones de conducta nuevos en el «espacio de la interacción social que dibuja el potencial de comunicaicón de la Red. Hay muchísima interacción social que se produce non stop en la World Wide Web. Recibimos muchos más mails ahora que cartas hace un tiempo y lo mismo podemos decir del chat o de otras formas de comunicación relacionadas con las TIC», considera Pau Alsina. «No envías por mail lo que antes enviabas por carta. Piensa en lo que escribes por mail a lo largo del día y cuántas de esas cosas hubieran merecido una carta. Seguramente una o ninguna. Quizás algunas las hubieras hecho por teléfono, otras ni las harías o quizás esperarías a encontrarte con esa persona para comentárselas. Internet ha supuesto un aumento de nuestra productividad y, a la vez, una pérdida de la misma brutal», añade Mayans.
Que viene el coco

Pero, a pesar de todas las virtudes de la Red, hay muchos que se empeñan en culparla de todos los males de la sociedad. Ante cualquier duda, la culpa es de internet. Basta echar un vistazo a la gran cantidad de informes, estudios, investigaciones y libros que se publican sobre este tema y que alertan de que la Red nos atonta, nos disgrega, nos aisla, nos desarraiga. ¿Que los jóvenes tienen cada vez menos cultura?, ¿que no leen?, ¿que no estudian o que son más violentos? La culpa es evidentemente de Internet. ¿Que vivimos en una sociedad cada vez más consumista? La culpa la tiene Google, los Blogs, Facebook, el Messenger o MySpace.

Y el señalar con el dedo al último descubrimiento tecnológico como origen de todos los problemas es tan antiguo como la propia humanidad. Sócrates creía que la escritura iba a ser el fin del pensamiento y los teólogos cristianos consideraban que la imprenta que inventó Gutemberg hacia 1450 era un artefacto del diablo. Cuando Alexander Graham Bell patentó el teléfono a finales del siglo XIX, la gente pensó que acabaría con las cartas manuscritas y, ahora, son aún muchos los que consideran que Internet va a ser la muerte de la comunidad, de las relaciones sociales; que va a fomentar una sociedad individualista de individuos alineados. Para muchos, como explicaba en un artículo la revista norteamericana The Wired, ola Red de redes se ha convertido en el nuevo «hombre del saco» del siglo XXI.

Pero también resulta naïve pensar que todos los usos que hacemos de Internet nos afectan de manera positiva. Para empezar, esa ingente cantidad de información que pulula porla red también puede ser contraproducente. Hay tanta que exige tener unos criterios claros de filtraje. Saber qué resulta interesante y qué no. Qué tiene fiablidad y qué no. Además, tener que rebuscar entre los cientos de miles de resultados que arrojan los buscadores nos hace, también, perder bastante tiempo. Esta nueva tecnología nos da una mayor libertad pero también nos la quita; nos permite disponer de mayor autonomía pero también nos cercena esta capacidad. «Vivimos sometidos a la dictadura del medio de comunicación, a lo que Google dice de nosotros. Y no sólo Google, sino Facebook, MySpace. Si no tienes un blog en Technorati [una herramienta muy popular para buscar e indexar blogs] no eres nadie», indica Joan Mayans.

Y no sólo eso, el hecho de estar 24 horas al día conectado hace que establezcamos una gran dependencia hacia la tecnología. Internet invade tu casa; las fronteras entre el espacio privado y el laboral se difuminan. «Hasta hace seis años, el trabajo que te podías llevar a casa era finito y estaba supeditado a la cantidad de papel que pudieras cargar físicamente. Ahora no hay límites. Tenemos un escritorio virtual, una PDA, una Blackeberry, los archivos en carpetas colgadas en un servidor. Podemos pasarnos semanas trabajando desde casa», añade este antropólogo.Y eso, que posibilita el teletrabajo; que el día que tienes a los niños con fiebre hace que puedas trasladar la oficina al salón de casa; que vivas en algún pueblo perdido de la montaña y te conectes cada día a tu despacho en la gran ciudad; eso, a la vez, rompe as fronteras entre la vida laboral y la doméstica. Y estamos vinculados de forma más intensa que antes al trabajo. El entorno laboral, claro, también se ha visto invadido por el ocio y la vida familiar. ¿O quién no consulta el mail personal cuando está en el trabajo?

También hemos perdido capacidad de desconexión, porque estamos enganchados a la Red todo el día. Eso hace que cueste más encontrar tiempo para leer. No es que con las nuevas tecnologías nos hayamos idiotizado, como muchos vaticinan, o que nos hayan despojado de la capacidad para leer una novela, sino que ahora disponemos de muchos más inputs, más estímulos e incentivos que compiten. Hasta hace apenas una década, al llegar a casa tenías pocas opciones de ocio, apenas podías escoger entre la programación de un par de cadenas. Ahora eso se ha acabado; la banda ancha multiplica hasta el infinito las opciones. Ahora es el usuario el que tiene el poder de decidir qué quiere ver, leer, consumir, cuándo y cómo.

Silvia García, traductora. 31 años

«Cuando comencé a trabajar, hace 10 años, todavía utilizaba soportes en papel y algunas herramientas tradicionales, como tesauros, diccionarios o glosarios. Conseguía nuevos clientes a través de anuncios en prensa, o a través de colegas, o de gente que conocía. Pero luego, Internet fue ganando mucho más peso y pasé a conseguir la mayoría de mis clientes a través de la red, de portales especializados y de listas de distribución de traductores, de asociaciones de traductores, tanto locales como internacionales. Con Internet, accedes a un mercado global, ofreces tus servicios a todo el mundo.

Y el hecho de comenzar a trabajar con clientes de todo el planeta a través de la red, también repercutió en mi forma de trabajar. Ahora toda la documentación y la búsqueda de terminología la hago a través de internet. Antes te enviaban la documentación por fax o a través de correo postal en formato papel. En cambio, ahora te envían un correo con un archivo adjunto o te lo ponen en un servidor propio desde el que me lo bajo.

Aparte de la comodidad que supone, lo importante es que Internet permite muchas traducciones. En papel no existe material de algunos temas ni textos paralelos. Sin la red, tendría que perder mucho tiempo en buscar obras de referencia que quizás ni existirían o estarían en la otra punta del mundo y a las que, por tanto, no tendría acceso. Para el tipo de traducción que hago, muy especializada en temas científicos, económicos y jurídicos, es esencial acceder a la red. Muchas palabras son neologismos o pertenecen a ámbitos tan especializados que no encuentras en ninguna parte. Internet te da la posibilidad de contactar con traductores de todo el mundo que te ayudan. Pones la duda en un foro y al momento obtienes cinco o seis respuestas de colegas con posibles opciones. Se establece una especie de acuerdo tácito. A veces tú ayudas a alguien y otras, te echan un cable a ti. Puede que no sea infalible, pero obtienes una respuesta inmediata que puede orientarte. No sé cómo lo harían antes los traductores cuando encontraban un nuevo término o una palabra especializada de la que no había equivalencia; quizás simplemente se inventaban una respuesta, que quizás no era buena. Creo que con Internet ha mejorado el nivel de traducción y también nos ha hecho más eficientes. Ahora tardamos menos para entregar un trabajo, aunque eso también puede ser negativo. Quizás antes nos tomábamos más tiempo para reflexionar, en cambio ahora los plazos son mucho más ajustados.

Jordi Carbó, agente de viajes, 36 años

«Hace algunos años, en la agencia de viajes vacacional en la que comencé a trabajar, mi papel era muy distinto al de ahora, que trabajo en una virtual. Antes, cuando un cliente acudía a mí con una necesidad, tenía que hacer de intermediario entre él y el proveidor, que podía ser un hotel o una compañía aérea, por ejemplo. Hace una década, cuando una persona quería hacer un viaje tenía dos opciones al acudir a una agencia: o bien se le ofrecía el «paquete» de un tour operador o si quería algo que fuese más a medida, se pedían los servicios a una agencia local que se encargaba de contratar a el alojamiento, el transporte, el traslado del aeropuerto al hotel, las excursiones, los guías. Para ello, recuerdo que tenía que enviar faxes o télex o llamar por teléfono a los hoteles y a las compañías aéreas para saber si tenían o no disponibilidad y ese proceso podía durar uno o dos días; asimismo, los hoteles te mandaban trípticos con fotografías para que el cliente pudiera ver la habitación en la que dormiría, y así se ampliaba la escasa información de los catálogos. Nada que ver con las imágenes en 360º que tiene las webs de los hoteles hoy en día, o con los mapas de localización. Luego llegó Amadeus, un sistema de distribución mundial de reservas, gracias al cual todas las compañías estaban conectadas y podías consultar a través del ordenador si tenían o no plazas. Y, aunque agilizó el proceso, seguía resultando prácticamente imposible organizar un viaje para el mismo día o incluso de hoy para mañana; la gente lo sabía y, por eso, solía planificar las salidas con más antelación que quizás ahora.

A finales de los 90, cuando comenzó a extenderse de forma generalizada el uso de internet, las agencias de viaje tuvieron que empezar a adaptarse a la nueva situación. Gracias a la red, el cliente tenía acceso al producto final y a una gran cantidad de información; podía reservar un hotel o decidir la ruta que quería hacer con unos cuantos clics. Las agencias de viaje dejaron de tener valor como meras intermediarias de producto final y están personalizando su producto, ofreciendo servicios que el cliente por sí mismo no puede obtener, muy específicos, o que requerirían una gran inversión de tiempo. Empresas como Edreams, Last Minute o TerminalA ofrecen de forma clara y ordenada, por ejemplo, todas las posibilidades de vuelo que hay entre una destinación y otra en cuestión de pocos segundos. Si el cliente tuviera que hacer ese proceso por sí m ismo, consultando una por una todas las compañías aéreas que operan y comparar precios y horarios, seguramente se pasaría muchas horas. En el futuro, las agencias serán asesoras.
Francesc Núñez, profesor de la Universitat Oberta de Catalunya, 47 años

Hace años trabajé como profesor en un instituto y, más tarde, en una universidad convencional. Las clases las impartía de forma muy diferente a como hago ahora en la UOC. Antes entrabas en el aula, «explicabas la lección», escribía en la pizarra o puede que pasara alguna transparencia. Era un tipo de docencia que no distaba demasiado de la que se había impartido durante los últimos 200 años, sino muchos más. Si un profesor del s. XVIII, por ejemplo, se pudiera colar en algunas clases de la Universidad, le podrían resultar, en su dinámica, muy familiares.
En la UOC estamos en el extremo opuesto; es cierto que de alguna manera seguimos imitando dinámicas de la enseñanza tradicional (pues también colgamos información en la pizarra virtual) pero, y esto es lo relevante, la forma como gestionamos el proceso de aprendizaje de los alumnos no tiene nada que ver. También el trato con el alumno es diferente. En las aulas virtuales, te encargas de una pluralidad de alumnos, con tiempos de dedicación y ritmos de trabajo muy distintos, y tu misión como profesor es velar porque todos puedan llegar a conseguir los objetivos de cada asignaura. Las aulas virtuales dan más trabajo; te obligan a un seguimiento más particularizado, a prestar más atención a cada alumno. También tienes que pensar mucho más lo que ‘dices’ es decir, lo que escribes; el nivel de responsabilidad es mayor, porque lo que dices queda escrito para siempre.

De todas formas, creo que la educación en general, y especialmente la que se imparte en los colegios e institutos, se ha visto poco afectada por Intenet. Lo mismo ha ocurrido con la política; si bien en algunos países, como Estados Unidos, en als últimas elecciones, el electorado se movilizó a través de blogs y los candidatos a la presidencia utilizaron internet como plataforma para hacer campaña. No obstante, los políticos no han modificado demasiado su forma de hacer política, como tampoco los profesores sus estilos de docencia. Seguramente es solo cuestión de tiempo. Quizás sea en la investigación académica y en la esfera económica donde se han producido más cambios con la adopción de las nuevas tecnologías. También el mundo del arte y de la cultura se está viendo sensiblemente transformado.

Maribel Torres, doctora en medicina especialista en radiología, Hospital La Paz. 52 años

«Internet ha revolucionado la medicina, ha abierto el campo de la ciencia. Llevo ejerciendo como médico especialista en radiología desde 1982 y antes el trabajo era mucho más lento. Toda la documentación estaba en revistas escritas, de manera que tenías que ir a bibliotecas especializadas para consultarla y, además, llegaban con meses de retraso. Y cuando necesitabas alguna que no tenían, había que solicitar un ejemplar a través del correo convencional. El acceso a la información no era instantáneo, podían pasar incluso dos o tres meses hasta que conseguías la información que necesitabas. Ahora, todas las publicaciones tienen versión online y puedo acceder a los artículos y a las investigaciones a la vez que un médico de Estados Unidos.

Y no sólo eso, antes también si tenías dudas acerca de la patología de un paciente y querías comparar los síntomas en literatura científica, te costaba un trabajo ímprobo y, en cambio ahora, es inmediato. Te metes en interenet y mientras estás visitando, puedes consultar tus dudas en diferentes publicaciones médicas. O incluso contactar online con algún especialista que esté en la otra punta del mundo y consultarle el diagnóstico y el tratamiento. Hace unos años, hasta que localizabas al especialista, te enterabas de quién era, le llamabas por teléfono, le explicabas y él te respondía, pasaban días. Con las posibilidades que ofrece internet, el paciente ha ganado mucho. Ahora, todos los especialistas estamos continuamente en contacto, el conocimiento fluye y se comparte.
Y en mi especialidad, radiología, que se basa en el diagnóstico por la imagen, es aún más evidente. Antes teníamos que enviar cajas con placas, con lo que pesaban, por correo convencional al especialista que vivía en la otra punta del mundo, con el riesgo de que se rompieran, se rayaran o se perdieran. Ahora ya ha desaparecido el soporte fotográfico, todo va por monitores; se graba la imagen en un sistema digital y lo almacenamos en servidores que están en red. De esta manera, evitamos que se pierdan las radiografías y que, por tanto, se tenga que volver a irradiar al paciente, que no es algo inocuo, o que se dañen; ahorramos muchísimo espacio físico en el hospital y además, es una práctica mucho más respetuosa con el planeta. Por otra parte, al estar en la red, podemos compartir información con otros hospitales y participar en estudios internacionales multicentro.

Internet también ha posibilitado la aparición de la teleasistencia. En pueblos pequeños que no tienen grandes hospitales o que, si los tienen, no hay equipos de especialistas en determinadas patologías, un técnico puede realizar una exploración que no requiera la presencia de un médico y enviar luego las pruebas al médico que corresponda, al neurólogo, al radiólogo, al cardiólogo, que las revisa, emite el informe y lo envía de nuevo, por la red. De esta manera, el paciente no se tiene que trasladar. Antes, por ejemplo, si padecías alguna enfermedad extraña, tenías que irte al extranjero a que te visitara el único especialista que había y que estaba en Estados Unidos, o en Bélgica. Ahora, puedes consultar sin moverte del sitio con cualquier especialista del mundo.

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