¿Estamos preparados?

Terremotos, inundaciones, ataques terroristas, virulentas epidemias e incluso tsunamis, asteroides y meteoritos. Son algunos de los riesgos y peligros a que nos enfrontamos a diario, aunque no nos percatemos de ello ni seamos conscientes. Equipos de científicos y fuerzas de seguridad repartidos por todo el territorio trabajan para garantizar nuestra seguridad. El riesgo cero no existe en nada en la vida, de acuerdo, pero ¿podemos respirar tranquilos?

(Este reportaje se publicó en el número de diciembre de la revista Muy interesante)

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(El texto puede diferir del finalmente publicado. Esta es la versión que envié al editor, pero luego por ajustes de espacio, el texto puede haberse modificado)

 

En 2013, unas 26.000 personas murieron en todo el planeta como consecuencia de una catástrofe natural, según datos procedentes del informe SIGMA de Swiss Re, una de las aseguradoras más importantes del mundo. Filipinas y la India se llevaron la peor parte. En noviembre el tifón Haiyan, uno de los más violentos jamás registrados, acabó con la vida de 6500 filipinos y dejó a unos 4 millones sin hogar. Meses antes, en el estado himalayo de Uttarakhand, fuertes inundaciones se cobraron la vida de 6000 personas.

A esas devastadoras cifras podríamos sumar las ocasionadas por otro tipo de catástrofes, desde la guerra al terrorismo o las epidemias. La oficina de derechos humanos de las Naciones Unidas situaba en torno a 191.000 las muertes en Siria en un informe publicado en agosto; y el Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC), ubicado en Atlanta (EEUU) estimaba que en el peor de los escenarios las muertes por ébola ascenderán a 1,4 millones de personas a finales del próximo enero.

Aunque a menudo sentimos esos episodios catastróficos “lejos”, vivimos en un mundo en el que los riesgos se han deslocalizado. En nuestro país es improbable que ocurra una tragedia como la del Katrina (2005), el huracán que devastó el sudeste de los Estados Unidos; pero tenemos seis centrales nucleares en funcionamiento y zonas de riesgo sísmico en la Península. ¿Podría repetirse un desastre nuclear como el de Fukushima? ¿O tal vez se podría despertar algún volcán en las Canarias y ocasionar daños como el Ontake, en Japón? ¿Y qué hay del terrorismo? ¿Y de las epidemias? ¿Hay riesgo de tsunami en nuestras costas?

En Muy Interesante hemos entrevistado a una serie de expertos para identificar cuáles son algunas de las principales amenazas a que debe enfrentarse nuestro país, qué medidas se toman para prevenirlas y qué protocolos se activan en caso de producirse una emergencia. Lamentablemente, en este reportaje no aparece ningún experto del Ministerio de Sanidad ni tampoco del Instituto de Salud Carlos III, puesto que se han negado a participar. Tampoco el Ministerio de Defensa y el Centro de Seguridad Nuclear han querido responder a nuestras preguntas sobre gestión de riesgos y emergencias.

“No es de extrañar esta actitud. El tema de los riesgos es muy poco grato para los políticos porque en el fondo se producen víctimas humanas y es una cuestión sobre la que no quieren hablar. Pero como ciudadanos debemos exigir la máxima transparencia en la comunicación del riesgo. Cuanto más informados estemos, más seguros viviremos y menos víctimas se producirán”, afirma Jorge Olcina, catedrático de geografía de la Universidad de Alicante y experto en riesgos naturales. Que sea, pues, este reportaje un granito de arena.

¿Preparados para otro posible 11-M?

Desde que ETA abandonó la lucha armada a finales de octubre de 2011 hemos dejado de vivir con la sensación de constante peligro. Al menos eso se desprende de los últimos barómetros del CIS, en los que el terrorismo ha dejado de aparecer en el ránking de principales preocupaciones de los ciudadanos. Pero, ¿tenemos realmente motivos para respirar aliviados? Al parecer, y sin ánimo de alarmar, no demasiado.

“El terrorismo es una amenaza para España de la misma forma que lo es para el resto del mundo occidental. Debemos mantener la guardia”, asegura Manuel Sánchez, catedrático de parasitología en la Universidad de Granada (UGR) y director de uno de los escasos estudios especializados en terrorismo que se imparten en España, el Máster sobre fenomenología terrorista de la UGR (terrorismomasterugr.es).

El Ministerio del Interior establece un sistema de cuatro niveles de alerta y actualmente mantiene a España en el dos alto, el mismo grado de alerta que tienen Bélgica, Gran Bretaña, Estados Unidos o Marruecos, por la amenaza de organizaciones yihadistas y, en concreto, de Estado Islámico; de los 70.000 hombres que se calcula que forman su ejército, muchos son de alguna nacionalidad occidental y se teme que puedan volver a sus países de origen y perpetrar atentados. Por ello, las fuerzas de seguridad del Estado tienen equipos, en contacto continuo con Interpol y otros organismos de inteligencia internacional, dedicados a investigar 24 horas al día posibles células terroristas y “lobos solitarios”, como llaman a los ‘soldados’ que actúan solos.

“Los terroristas tienen la posibilidad real de contar con armas químicas o incluso nucleares gracias a los contactos con la delincuencia organizada, a través de la que pueden financiarse; y también por los conocimientos de miembros universitarios jóvenes de esos grupos”, explica Adolfo Estévez, experto en cultura y civilización arabo-islámica y coordinador de la red de análisis de seguridad global Red Safe World (redsafeworld.net).

Es así también como logran vulnerar las defensas cibernéticas de instituciones tanto públicas como privadas, gracias a jóvenes informáticos convertidos en “crackers” o piratas cibernéticos. Y como, también, podrían estar elaborando armas biológicas.

En 2001, tras los atentados de Estados Unidos, se produjo el primer ataque bioterroristas de la historia reciente. Miles de personas comenzaron a recibir sobres que contenían unos polvos blancos; algunos no eran nada más que yeso o talco, pero otros eran esporas de ántrax, unas bacterias que de atacar los pulmones son letales. “Aquel suceso nos demostró que no estábamos preparados, ni nosotros ni ningún otro país, para hacer frente a una amenaza bioterrorista”, opina Luis Martín Otero, coronel veterinario en la reserva que lleva trabajando en bioterrorismo desde 1995. Este experto fue el encargado de gestionar la crisis del ántrax en España desde el Laboratorio del Centro de investigación en sanidad animal.

Tras aquel episodio, y por orden de la presidencia del gobierno, montó la Red de Laboratorios de Alerta Biológica (RE-LAB), gestionada por el Instituto de Salud Carlos III y encargada de lidiar con amenazas biológicas de carácter bioterrorista. Y actualmente, Martín es investigador y coordinador de la RE-LAB en el Centro de Vigilancia Sanitaria Veterinaria (VISAVET).

“El bioterrorismo hoy en día es una amenaza muy real –alerta serio este coronel veterinario-. Por nuestra situación estratégica y geográfica, somos un caldo de cultivo perfecto para los terroristas. Y tenemos que estar preparados. De hecho, se ha captado algún informe de Al-Quaeda que revelaba que estaban investigando la transmisión de enfermedades con vectores [insectos]”, señala.

En el caso de que se produjera un ataque de este tipo, el ejército se haría cargo de la gestión de la emergencia, puesto que está formado para afrontar amenazas NBQ (nucleares, biológicas y químicas); existe un regimiento en Valencia preparado para ello que es, de hecho, quien ha formado a los sanitarios de Madrid y les ha enseñado qué protocolos seguir ante el Ébola. Son también quienes imparten formación a la guardia civil y la policía en esta materia.

“No debemos alarmarnos –asegura Martín Otero-. España sí tiene capacidad para dar respuesta a una amenaza bioterrorista. Estamos preparados en todos los sentidos, pero nos falta coordinación entre los distintos cuerpos y organismos y tenemos que mejorar las instalaciones”.

¿Existe peligro de producirse un Armageddon?

El 30 de junio de 1908 en la región siberiana de Tugunska una inmensa bola de fuego seguida por una onda expansiva derribó al instante la mayoría árboles en un radio de 50 km e incineró 2200 km2 de taiga. El evento fue de tal magnitud que incluso fue registrado por estaciones sismográficas en el Reino Unido. Aquel día un fragmento del cometa 2P/Encke, de un diámetro próximo a unos 50 metros, se desintegró sobre aquella población rusa y fue el causante de tal devastación. También en Rusia, el año pasado, un asteroide de unos 18 metros de diámetro impactó a 80 km de Cheliábinsk, al sur de los Urales, y liberó una energía 30 veces superior a la de la bomba atómica de Hiroshima. Si hubiera afectado a una ciudad más poblada, seguramente hubiera sido una tremenda catástrofe.

La vida en la Tierra, tal como nos pintan las películas, tiene bastantes números de desaparecer a causa del impacto de un objeto procedente del espacio. “Continuamente nuestro planeta es bombardeado por partículas desde pocas micras hasta varios metros. Cada año recibimos unas 80.000 toneladas de material extraterrestre”, explica Josep Maria Trigo, astrofísico del Instituto de Ciencias del Espacio (CSIC-IEEC), que añade que “afortunadamente, el flujo de cuerpos grandes pasando cerca de la Tierra es relativamente pequeño”.

A finales de octubre –los datos se actualizan a diario- los científicos tenían controlados 11.501 asteroides próximos al planeta de los que “sólo” 1508 se consideraban “potencialmente peligrosos “, es decir, con órbitas que intersectan la nuestra relativamente cerca. De esos, únicamente 155 poseían cerca de un kilómetro de diámetro y podrían constituir una amenaza. “Son los que más esfuerzos de seguimiento telescópico comportan”, señala Trigo.

Los astrofísicos usan telescopios dotados de modernas cámaras de CCD digitales de gran eficiencia que permiten realizar exposiciones de pocos minutos que muestran el movimiento de estos cuerpos. Y en el caso de que vaya a producirse un impacto, existen protocolos internacionales establecidos para alertar a los gobiernos y a la población.

Entonces, ¿mejor ir preparando un plan de evacuación de la Tierra? “De momento podemos estar más o menos tranquilos, aunque sin bajar la guardia y manteniendo programas de seguimiento que nos permitan predecir los movimientos de los asteroides más peligrosos”, sentencia este investigador, autor de Las raíces cósmicas de la vida (Ed UAB, 2012).

Lo que los virus esconden

En “Contagio (2011), Gwyneth Paltrow comía carne de cerdo infectada con un virus e iniciaba una pandemia mundial que ponía en jaque a la humanidad. Y en 28 días después (2002) científicos en Cambridge investigan con una cepa del virus de la rabia altamente patogénica con la que han infectado a monos. Un grupo de animalistas libera a los simios y… la cosa acaba con la evacuación de Londres y la mitad de la población muerta.

¿Podría ocurrir algo así en España? Los seres humanos llevamos en guerra contra los microbios desde hace millones de años. Basta consultar la página web de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y ver las alertas que cada día publican –Ébola, coronavirus, ¡peste bubónica!, Marburg- para darnos cuenta de que estos viejísimos habitantes de la Tierra nos llevan amargando la existencia mucho tiempo. Y aunque algo hemos avanzado, aún no somos capaces de vencerlos.

“Están en el medio ambiente. Y nosotros, los humanos, somos cada vez más y también interactuamos más. Y tenemos antibióticos pero no antivíricos”, explica el investigador del CSIC en el Instituto de investigaciones biomédicas de Barcelona, Daniel Closa. Al parecer, los antibióticos nos sirven sólo para combatir las bacterias, pero “para tratar los virus realmente tenemos pocas herramientas”. Y el Ébola, el SARS y la Gripe A, por nombrar tres epidemias recientes, están causadas por virus.

“O aparecen nuevos antibióticos o será cuestión de tiempo que nos topemos con una tuberculosis o infección respiratoria resistente que provoque una pandemia. De hecho, muy probablemente, en un par de generaciones volveremos a padecer problemas por epidemias víricas como en tiempos pasados”, alerta este catedrático de biología y divulgador científico, que cuenta con una sección de ciencia en el programa “Para todos la 2”, de TVE.

Y, ante ese futuro nada halagüeño, ¿estamos preparados para hacer frente a nuevas epidemias? Para Albert Bosch, Bosch, catedrático de microbiología de la Universidad de Barcelona y presidente de la Sociedad española de virología, “estamos científicamente preparados para dar una respuesta rápida a una infección emergente”. La posibilidad de que se produzca una pandemia que acabe con media humanidad es, para este experto, muy remota, una opinión que comparte José Ángel Rodrigo, médico de Medicina Preventiva y Epidemiología del Hospital Vall d’Hebron, que cree que a nivel científico estamos bien preparados.

“Conocemos la enfermedad antes de que nos llegue algún paciente. Cada día recibimos alertas internacionales, a través de la OMS, del Ministerio de Sanidad, acerca de brotes de enfermedades, dónde se producen, cuántos casos, cómo se contagian. Y la OMS establece protocolos y directrices que luego cada país adapta”, explica Rodrigo.

Ahora bien, las instalaciones de que disponemos para trabajar con estos virus y tratar a los enfermos, la formación de los sanitarios y los recursos necesarios, son harina de otro costal. España cuenta con una red de laboratorios de alerta biológica, RE-LAB, que en principio debería ser la encargada de gestionar a nivel científico una posible amenaza de este tipo. El problema es que no tenemos laboratorios de nivel de seguridad 4, que son los necesarios para manipular virus altamente peligrosos y contagiosos como el Ébola o Malburg, también un filovirus que provoca fiebres hemorrágicas.

“España sólo tiene un laboratorio 3+ -indica Luis Martín Otero, investigador y coordinador de la RE-LAB en el Centro de Vigilancia Sanitaria Veterinaria-. Por tanto, no estamos preparados ni para afrontar epidemias de este tipo ni tampoco para gestionar una crisis de esta índole. Y esto es un serio problema, porque al no estar preparados pasa lo que ocurrió en el Carlos III, que no saben, se contaminan ellos y contaminan a los demás”. Para los expertos consultados por Muy Interesante, España debería invertir en mejorar sus instalaciones científicas apropiadas para este tipo de epidemias si queremos estar seguros de que vamos a ser capaces de controlarlas.

 

Emergencias nucleares

A las 14.46 del 11 de marzo de 2011 la tierra tembló con extrema violencia. Bajo el mar, la costa noreste de Japón registró un terremoto de magnitud 9 en la escala de Richter que desencadenó un gigantesco tsunami, corrimientos de tierra y el mayor desastre nuclear de la historia desde Chernobil (1981). 15854 muertos, 3276 desaparecidos y más de 300.000 desplazados.

“Pero, ¿sabes cuánta gente murió por culpa de la central nuclear? -pregunta el catedrático de ingeniería nuclear de la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC) y vicepresidente de la European Nuclear Education Network, Javier Sies-. ¡Ninguna! Y tampoco morirá nadie en el futuro debido a la radioactividad”.

Una central nuclear, explica este experto, es como un búnker, sumamente resistente. La japonesa, de hecho, aguantó bien tanto el terremoto como el posterior maremoto. El problema fue la refrigeración. La fisión nuclear, que es el proceso por el cual se obtienen grandes cantidades de energía a partir del uranio, genera altísimas temperaturas –unos 3000 megavatios de potencia térmica- y un calor residual de unos 20 megavatios, suficiente para fundir el reactor nuclear y dejar escapar la radioactividad fuera de la central.

Para evitar eso, todas las centrales nucleares cuentan con diversos sistemas de refrigeración, alimentados por varias líneas de electricidad y, en caso de que estas fallen, por grupos diésel, motores que funcionan a base de gasoil para producir energía. “El problema en Fukushima es que cayeron las líneas eléctricas y los grupos diésel no estaban bien protegidos, se inundaron y quedaron inutilizados. De manera que no podían enfriar la central”, explica Sies.

El sector nuclear aprendió mucho del accidente de Fukushima. En España, que cuenta con seis centrales nucleares, se decidió aumentar las medidas de prevención con la creación del Centro Nacional de Apoyo en Emergencias (CAE), ubicado en San Sebastián de los Reyes, en Madrid, donde hay una unidad permanente especializada capaz de intervenir en menos de 24 horas en cualquier desastre nuclear que se pudiera producir en nuestro país.

Está supervisado por el Consejo de Seguridad Nuclear (CNS) y respaldado por la Unidad Militar de Emergencia. Cuenta con diversos grupos diésel portátil, vehículos aéreos para transportarlos, sistemas de iluminación y material para la protección de los trabajadores.

“Los protocolos del CNS son muy similares a los usados en el resto de países europeos. La mayoría están dictados por la International Atomic Energy Agency, que depende de las Naciones Unidas y vela por las buenas prácticas del uso de la energía nuclear. Luego, además, cada país tiene su propio organismo regulador”, explica el catedrático de la UPC Javier Sies.

Para controlar y detectar cualquier fuga, hay detectores de radioactividad situados en los alrededores del recinto que realizan mediciones continuamente y una red de sensores repartidos por el territorio. Las centrales suelen estar ubicadas en lugares poco habitados y existen planes de evacuación de las poblaciones situadas en un radio de 30 km, la distancia a que la radioactividad se considera peligrosa. Los ayuntamientos de esos municipios cuentan con un reservorio de pastillas de yodo que deben administrar a los ciudadanos para evitar que determinados isótopos radioactivos afecten a la tiroides, la glándula responsable entre otras cosas, del crecimiento. Protección civil sería la encargada de evacuar a la población. España debería notificar el accidente al instante a la Unión Europea y al Organismo Internacional de la Energía Atómica.

“El riesgo de un accidente nuclear es mucho menor del de que sufras un accidente en coche”, afirma Sies, quien lideró un estudio científico en la UPC en el que se realizó un análisis probabilístico del riesgo de que se produjera un accidente en alguna de las centrales nucleares del país. “Para cada una analizamos más de 3000 escenarios distintos y las probabilidades de accidente eran realmente muy bajas”.

¿Mareas negras en el Mediterráneo?

En 2007, tras chocar con un islote, un buque mercante llamado Don Pedro se hundió lleno de petróleo, con 150 toneladas de gasóleo y 20 personas a bordo cerca del puerto de Ibiza. Es uno de los numerosos accidentes que ocurren con frecuencia en el Mediterráneo. “Aunque sólo solemos ver los grandes episodios, como el del Prestige, cada año se produce un alto porcentaje de vertidos en el mar como consecuencia de operaciones de carga y descarga o limpieza de las sentinas”, se lamenta Alejandro Orfila, investigador del Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (IMEDEA), un centro mixto de investigación del CSIC y la Universidad de Islas Baleares (UIB).

El vertido de hidrocarburos es una de las amenazas más graves para un ecosistema marino. Y el mar Mediterráneo es la tercera región en el mundo, por detrás del Golfo de México y el noreste de los Estados Unidos, con más riesgo de accidente marítimo o colisión. Cada vez hay más barcos cruzando por las autopistas del mare nostrum y se prevé que esa densidad de tráfico. “ A los barcos les sale más a cuenta desembarcar en el Mediterráneo la carga que cruzar el estrecho y subir al norte de Europa”, señala Emilio García, investigador del departamento de oceanografía física del Instituto de Ciencias del Mar (ICM-CSIC).

De los errores se aprende y tras el Prestige, se endurecieron las regulaciones, los sistemas de seguridad se mejoraron y se exige a los barcos certificaciones cada vez más rigurosas. Pero no es suficiente. Para Orfila, “los riesgos y daños causados por un accidente marítimo se pueden reducir con la ayuda de mejores pronósticos y sistemas de control eficientes”.

Es lo que perseguía el reciente proyecto europeo TOSCA en el que participan los centros españoles IMEDEA e ICM-CSIC, ambos con gran experiencia en el estudio científico de vertidos, puesto que colaboraron activamente en la gestión científica del desastre del Prestige. El objetivo es mejorar la calidad, la rapidez y eficacia en la toma de decisiones en caso de un accidente en el Mediterráneo en el que se vierta crudo al mar.

Así, han construido una red de observación basada en tecnología de última generación, como rádares de alta frecuencia y boyas de deriva, de los que obtenían observaciones en tiempo real sobre, por ejemplo, las corrientes hora a hora, así como las condiciones del medio marino. A partir de ahí, han generado un modelo que alimentan con esos datos y la predicción meteorológica. Así, de ocasionarse un vertido, podrían generar una simulación y saber cuál sería probablemente su comportamiento. “No es la panacea, aún tenemos un largo camino que recorrer antes de que nuestras simulaciones sean siempre realistas”, puntualiza García, del ICM-CSIC.

En el caso de producirse un incidente, Salvamento Marítimo se encargaría de coordinar la gestión. Cuenta con aviones equipados con cámaras y radares, capaces de detectar hidrocarburo en el mar y a esta información se suman las imágenes capturadas por satélite proporcionadas por la Agencia Europea de Seguridad Marítima (EMSA). Además, dispone de buques preparados para la recogida de vertidos en alta mar. “No son herramientas que nos permitan evitar accidentes pero nos ayudan en la gestión”, añade García.

Y, ¿qué hay de las catástrofes naturales?

España es uno de los países europeos con mayor nivel de riesgo frente a los desastres naturales y tecnológicos, tal como recoge el Observatorio Europeo de Ordenación del Territorio. En los últimos 15 años han muerto más de 1000 personas por catástrofes naturales en nuestro país, según el informe SIGMA 1/2014 de la asegurada Swiss Re. “Lo que da rabia es que son muertes que se podrían haber evitado con políticas de prevención”, afirma Jorge Olcina, catedrático de geografía y experto en riesgos naturales de la Universidad de Alicante

Lluvias torrenciales, inundaciones, sequías, terremotos, erupciones volcánicas, son algunas de los riesgos naturales a que estamos expuestos, aunque el peligro varía mucho de una región a otra. Sólo las Canarias corren peligro de erupción volcánica, mientras que el sur, levante y noroeste de la Península podrían sufrir un seísmo. “Tenemos mucho que hacer para mejorar la gestión de catástrofes en España. Las herramientas se conocen y funcionan, pero necesitamos hacer una mejor ordenación del territorio, predecir con fiabilidad qué regiones están sujetas a qué tipo de riesgos y no permitir ciertos usos en esas zonas”, razona Antonio Cendrero, profesor emérito de geodinámica de la Universidad de Cantabria y miembro de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (RAC).

Cuando ocurre una episodio como el terremoto de Lorca (Murcia) en 2011, primero actúa protección civil, bomberos y policía locales. Si el evento sobrepasa las capacidades del municipios, se activan los mismos cuerpos pero autonómicos. Y si la comunidad lo necesita, solicita medios estatales, como guardia civil, UME, policía. Estas solicitudes se gestionan desde la Dirección General de Protección Civil y Emergencias del Ministerio del Interior. Y en última instancia, si se produjera una emergencia de interés nacional, el Ministro del Interior sería el que se haría cargo de dirigir la gestión, explica Gregorio Pascual, jefe del Área de Riesgos Naturales de la dirección general de Protección Civil y Emergencias (DGPCE), para quien “la gestión de la emergencia de Lorca fue impecable, ya la primera noche había un hospital de campaña instalado para acoger a todas aquellas personas que tuvieran necesidad de dormir fuera de casa”.

Las inundaciones son de largo las catástrofes naturales que afectan a todos los países de Europa, no sólo a España, con carácter más general y con mayor frecuencia. El Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente publicó hace unos años una guía para definir cuáles eran las zonas inundables de España, de manera que se evitara la construcción en esas áreas -¿se acuerdan del trágico episodio del camping de Biescas?-. Además, existe un sistema de alertas: una red de sensores distribuidos en las cuencas de los ríos que monitorizan el aumento del caudal y alertan cuando éste sube demasiado para que se tomen las medidas necesarias.

Los incendios son otro de los desastres naturales recurrentes. Algunos se originan de forma natural debido a tormentas, aunque la mayoría tienen un origen humano. Hasta hace muy poco se concentraban los esfuerzos en tratar de averiguar las causas que los originaban y en disponer de equipo humano y recursos para sofocarlos. Ahora, explica Marc Castellnou, inspector del cuerpo de bomberos y jefe del área de incendios forestales de Cataluña, además de director de la Fundación Pau Costa Alcubierre de ecología del fuego y gestión de incendios, “hemos entendido que es muy importante la prevención, limpiar el bosque y reducir la carga de combustible que puede quemar [matojos, arbustos, planta seca] y romper su continuidad”.

La tecnología también se ha revelado un aliado muy útil. Las redes sociales les permiten obtener imágenes al instante de lo que está ocurriendo, mucho antes de que las unidades de bomberos desplazadas en la zona puedan enviar información, y así tomar decisiones más rápidas; utilizan drones para realizar reconocimientos de la zona, vuelos nocturnos e inspecciones de incendios antes que entren los bomberos. Incluso se utilizan simulaciones procedentes de 40 centros repartidos por el planeta para calcular cuál de los posibles escenarios tiene más probabilidades de ocurrir en un y así optimizar la respuesta.

 

¿Un tsunami en España?

La idea no es tan descabellada como a priori pueda parecer. De hecho, ya se han producido maremotos de gran intensidad en la costa española en el pasado. Por este motivo, nuestro país cuenta con equipos de investigadores que evalúan las probabilidades de que se pueda volver a producir un evento así. Producirse, se producirá. La cuestión es saber cuándo y estar preparados para ello. Gemma Ercilla, investigadora del Instituto de Ciencias del Mar, en Barcelona, (ICM-CSIC), trabaja para dar respuesta a esta pregunta.

“Tenemos todos los ingredientes para que se produzca un tsunami: costa oceánica, zonas de riesgo sísmico, sobre todo en la zona del mar de Alborán y del Golfo de Cádiz; riesgo volcánico en las Canarias y se sabe que los procesos volcánicos pueden generar tsunamis. Y deslizamientos en el fondo del mar”, enumera. Y no sólo hay que centrar la atención en la costa española; “de producirse un sismo en Argelia, podría afectarnos”, asegura.

De hecho, en 1755 se produjo un terremoto de gran magnitud en Lisboa que generó un enorme tsunami que arrasó Cádiz y la costa española atlántica. En aquel entonces, esa zona no estaba tan densamente poblada como ahora. “De ocurrir hoy un evento como aquel podría ser la mayor catástrofe del siglo”, considera Gregorio Pascual, jefe de Área de Riesgos Naturales de la DGPCE.

Y, ¿se puede hacer algo para prevenir? Pues desde Protección Civil ya se está trabajando para definir los procedimientos de actuación en cado de maremoto, entre ellos el establecimiento de un sistemas de alarma y avisos ante el riesgo de un tsunami. De ello se encargará el Instituto Geográfico Nacional (IGN) y ya están a punto de comenzar a realizar las primeras pruebas. También están diseñando cómo deben ser los planes de protección civil, tanto municipales como autonómicos, para hacer frente a la posibilidad de una emergencia así.

 

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