Resistencia a antibióticos, la nueva pandemia

Son la base de la medicina moderna. Sin ellos, podríamos morir por un simple corte que se infectara. Y sin embargo, estas medicinas milagrosas se están agotando. Las hemos usado tanto, y a menudo tan mal, que le hemos dado ventaja a las bacterias, que han aprendido rápido a sortear sus efectos. Ahora cientos de miles de personas mueren cada año en todo el mundo debido a infecciones contra las que ya no hay armas con que luchar.

(Reportaje publicado en Magazine, octubre de 2015. Puedes leerlo aquí también)

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Nada hacía presagiar a la familia Rererich que aquel domingo de mayo de 2011 su vida se convertiría en una verdadera pesadilla. Su hija mayor, Addie, de 11 años, a media tarde comenzó a quejarse de que le dolía la cadera y durante la noche empeoró tanto que sus padres decidieron llevarla al hospital, donde tras varias pruebas descubrieron que padecía una infección provocada por una bacteria llamada Staphylococcus aureus.

Se trata de un microorganismo que está en el medio ambiente y en la microbiota de las personas sanas, como tantos otros. Puede que la pequeña se hiciera un rasguño y que la bacteria infectara la herida, con la mala fortuna de que se coló en su sangre, le invadió los pulmones y le ocasionó una neumonía.

Los antibióticos son las únicas armas de que disponemos para luchar contra este tipo de microorganismos. Y aunque ahora parezca impensable, hace 80 años gente joven y sana moría irremediablemente debido a un pequeño corte infectado. El problema es que ahora estos poderosos medicamentos están dejando de ser efectivos: las bacterias han aprendido a sortear sus efectos y se han vuelto inmunes.

En el caso de Addie, el Staphylococcus aureus que se multiplicaba a gran velocidad en su organismo era resistente a la mayoría de antibióticos que existen y por si fuera poco, otra bacteria presente en los hospitales, Stenotrophomonas, también se coló en su sangre y ésta es pan resistente: no existe ni un solo medicamento capaz de combatirla.

El caso de esta niña americana no es singular. Millones de personas en todo el mundo cada año se infectan por bacterias multirresistentes y cientos de miles mueren. Sólo en la Unión Europa, según datos proporcionados por el Centro de Control de Enfermedades Europeo (ECDC), fallecen unos 25.000 individuos al año por este motivo, con un coste de 1500 millones de euros a los sistemas sanitarios. Y según un informe elaborado por el Reino Unido la situación se irá agravando hasta que en 2050 10 millones de personas en todo el planeta perderán la vida por este motivo.

“Nos enfrentamos a un problema sumamente grave -afirma Joan Gavaldà, al frente del Laboratorio de Investigación de Enfermedades Infecciosas del Instituto de Investigación de Vall d’Hebron (VHIR)-. Hace 28 años que veo a enfermos y en este tiempo hemos pasado de poder tratar las neumonías con penicilina a no tener nada con que curar a los pacientes. Hemos tenido incluso que recuperar antibióticos antiguos que son tóxicos, con muchos efectos secundarios. Y lo peor es que hace tan sólo cinco años esto no ocurría”.

Sin antibióticos, no hay medicina moderna. No sólo son la única arma de que disponemos para enfrentarnos a las bacterias y curar infecciones, sino que gracias a ellos es posible realizar operaciones sencillas, como la apendicitis, y otras más complicadas, como un trasplante de órganos. Han aumentado la supervivencia de los bebés prematuros y garantizado el éxito de los partos complicados. Sin ellos, los pacientes en cuidados intensivos tendrían pocas opciones, como también los enfermos de cáncer que siguen un tratamiento de quimioterapia.

“A menos que empecemos a tomar medidas significativas para mejorar la prevención de las infecciones y también para cambiar cómo producimos, prescribimos y usamos los antibióticos, el mundo perderá esos bienes de salud pública global. Y las implicaciones que eso tendrá serán devastadoras”, asegura Danilo Lo Fo Wong, Director del Programa de Control de Multirresistencias a Antibióticos de la OMS.

Esas drogas milagrosas

Desde que la vida apareció sobre la faz de la Tierra, los organismos han luchado unos contra otros para sobrevivir. Y los antibióticos no son otra cosa que una de las armas que han desarrollado: sustancias tóxicas que secretan para protegerse, similares al veneno de las abejas o las urticarias provocadas por las ortigas.

Alexander Fleming fue el primero en descubrir en 1928 que un hongo, el Penicillium chrysogenum, lograba deshacerse de las bacterias agresoras segregando un producto químico, la penicilina, que pronto se convirtió en el primero de estos potentes medicamentos. Pero el bacteriólogo inglés también vislumbró lo efímera que podía ser aquella panacea y ya cuando en 1945 recogió el Premio Nobel de Medicina por este importante hallazgo alertó de la posibilidad de que las bacterias generaran resistencias.

Pocos lo escucharon. El mundo estaba demasiado entusiasmado con estos fármacos de los que se decía que erradicarían las enfermedades del planeta. Se empezaron a usar de forma indiscriminada. Y tan sólo cuatro años después surgían los primeros casos de microorganismos inmunes a su acción.

“Las bacterias se replican muy rápido, algunas cada 20 minutos. En ese proceso pueden producirse mutaciones espontáneas que si afectan a un gen que confiere resistencia a antibióticos, la bacteria se vuelve resistente”, explica Jordi Vila, al frente del Departamento de Microbiología Clínica del Hospital Clínic de Barcelona y de la Iniciativa de Resistencias a Antibióticos del Instituto de Salud Global (ISGlobal). Al tratar de nuevo al paciente con un antibiótico, sólo sobrevive la bacteria resistente, que se empieza a multiplicar y pasa a dominar el ecosistema.

Al principio, aquellas resistencias no suponían un “gran” problema, porque se desarrollaban nuevos antibióticos a un ritmo superior al que las bacterias necesitaban para aprender a esquivar sus efectos. Pero con el paso de los años la situación se fue complicando. Cada vez era más difícil dar con nuevos medicamentos, mientras que los microorganismos se hacían más hábiles esquivando estas sustancias. Desde 1987 no ha salido al mercado ningún nuevo tipo de antibiótico y los que tenemos están dejando de ser efectivos.

“Hemos abusado y ahora estamos empezando a pagar las consecuencias”, se lamenta Jesús Rodríguez, Jefe del Departamento de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica del Hospital Universitario Virgen Macarena, en Sevilla, y director científico de la Red Española de Investigación en Patología Infecciosa (REIPI). “Son fármacos muy seguros, los más eficaces de que disponemos, y los hemos tomado como si fueran un caramelo”, considera.

Según datos de la Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria (Sepeap), el 90% de los antibióticos que tomamos los prescribe el médico de cabecera y los servicios de urgencias, sobre todo para tratar infecciones respiratorias. Y un estudio del ECDC señala que cerca del 50% de los pacientes ingresados en un hospital de nuestro país al menos toma una dosis antibiótica al día frente al 30% de la media de países europeos. De hecho, los españoles consumimos de media más del doble de estos medicamentos por habitante que los holandeses.

También se los hemos administrado de forma abusiva al ganado: se calcula que más de la mitad del total de antibióticos consumidos se destinan a los animales. “El uso de antibióticos como promotor del crecimiento, para engordar rápido a los animales, ha sido un factor importante de generación de bacterias resistentes. Desde 2006 está prohibido en la UE usarlos para este fin, ahora bien, sí se pueden administrar como terapéuticos y también como profilácticos, para prevenir enfermedades”, explica Carmen Torres, Catedrática de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de La Rioja. Hecha la ley, hecha la trampa. “La prohibición del uso como promotores del crecimiento puede conllevar un aumento en su uso como profilácticos”, apunta.

Las ‘superbacterias’ de los animales de granja pueden pasar a través de las heces a las aguas residuales, a los cultivos, y a través de todo ello, al ser humano. Incluso en agricultura, aunque en menor medida, se usan antibióticos para combatir plagas bacterianas.

Y la globalización hace que estos microorganismos resistentes se muevan a una velocidad vertiginosa por todo el planeta. “Una infección puede comenzar en el sudeste asiático y llegar a Europa o Estados Unidos en días, ya sea a través de personas que viajan o de comida, y expandirse e incluso provocar epidemias, como ya ha ocurrido”, señala Lo Fo Wong.

¿Y ahora qué?

Desde hace tres años, el Foro Económico Mundial sitúa las resistencias antimicrobianas como uno de los riesgos más importantes para el planeta, al mismo nivel que el cambio climático, la crisis por el agua o las guerras atómicas. Y ante la gravedad de la situación, la OMS este año ha publicado un “Plan de Acción Global frente a la Resistencia Antimicrobiana” en el que conmina a los gobiernos de los distintos países miembros a responsabilizarse y actuar antes de que sea demasiado tarde. Algunos ya han comenzado a tomar cartas en el asunto, como Reino Unido y Estados Unidos, que han hecho inversiones millonarias para investigar nuevos antibióticos.

“España tiene desde hace poco tiempo un Plan Nacional contra la Resistencia Antibiótica, muy pormenorizado y con acciones concretas pero con una gran incógnita por resolver: quién lo paga y quién lo implementa”, cuestiona Gavaldà, investigador VHIR y médico del Hospital Vall d’Hebron.

En este Plan de Acción Global, la OMS señala la necesidad de desarrollar nuevos kits de diagnóstico, rápidos y eficaces, que ofrezcan información al médico valiosa para decidir qué antibiótico es más apropiado, o incluso si hace o no falta administrarlo; que sólo se pueda acceder a los antibióticos con receta médica; aumentar las campañas de vacunación y de higiene entre la población para prevenir infecciones; y aumentar, en definitiva, la concienciación social.

Aunque, sin duda, lo más apremiante es conseguir nuevos antibióticos. En la década de los 40 y 50 se descubrieron muchos, pero pronto se aprobaron leyes que limitaban los beneficios económicos que las farmacéuticas podían obtener por ellos, lo que hizo que algunas compañías, en lugar de seguir investigando nuevos fármacos, se dedicaran a modificar otros ya conocidos para mejorarlos.

“No hay mucho dinero en este negocio. Es más rentable hacer medicamentos para el cáncer, la diabetes o la tensión, que se administran durante un largo período. Los antibióticos cuestan entre 10 y 15 años de investigación y millones de euros antes de que salgan al mercado. Pero se dan durante un periodo corto de tiempo, lo que hace que las ventas sean limitadas”, explica Gavaldà.

En las últimas cuatro décadas sólo han salido al mercado dos nuevas clases de estos medicamentos y desde los años 80, la mayoría de grandes compañías han tirado la toalla. La última fue Pfizer, en 2010.

“Es muy complicado encontrar otra penicilina. Nosotros apostamos por los llamados ‘antibióticos patógeno específico’, dirigidos específicamente al agente causante de la infección”, explica Domingo Gargallo, director científico de ABAC Therapeutics, la primera farmacéutica española centrada en la búsqueda de antibióticos específicos contra bacterias multirresistentes, creada en 2014, que reclama un cambio de paradigma. “Es absurdo pagar 6 euros por una caja de un medicamentos que salva vidas y que tienen un impacto brutal sobre la sociedad y la medicina. Hay que cambiar volumen por valor, y hacer un uso racional de ellos.”

En esta carrera contrarreloj contra las bacterias, pequeños grupos de investigación en los hospitales buscan alternativas a los antibióticos utilizando desde técnicas de genómica bacteriana hasta nanotecnología. Exploran el océano, las algas, los hielos de la Antártida. Investigan péptidos -pequeñas proteínas- segregados por algunos animales, como los cocodrilos o las ranas, y que son capaces de destrozar a los microbios. También virus, llamados bacteriófagos, y metales, como el cobre y la plata, tal vez los antimicrobianos más antiguos que existen y que Hipócrates ya usaba en el siglo IV aC.

“Quiero ser optimista y pensar que los próximos 15 años tendremos nuevos antibióticos”, asegura Jordi Vila, de ISGlobal. Esperemos que así sea, porque, estimado lector, que hoy esté usted leyendo este artículo es gracias a que los antibióticos le han salvado la vida. Y no una, sino seguramente varias veces. También a quien escribe este reportaje. ¿Qué pasará, pues, si nos quedamos definitivamente sin ellos?

 

 

(despiece)

¿Están los antibióticos detrás de la obesidad?

Los antibióticos sí tienen efectos secundarios sobre la salud. El microbiólogo Martin J Blaser, de la Universidad de Nueva York y al frente del programa Microbioma Humano, lleva 30 años estudiando el efecto que tiene un consumo excesivo de estos fármacos, sobre todo en los primeros años de la vida, sobre la salud y, en concreto, sobre la microbiota intestinal. Y alerta que está relacionado con enfermedades como la obesidad, el asma, la diabetes y las alergias. “Los microorganismos que habitan en nuestro intestino educan a nuestro sistema inmunitario. Si matamos a estas bacterias con los antibióticos, nuestras defensas se quedan sin recibir lecciones, se ‘mal educan’. Y aumentan las alergias, la obesidad, el asma, la diabetes”.

Carrera contrarreloj

A través de la UE se ha puesto en marcha un proyecto, Innovative Medicines Initiative (IMI) que pretende que el sector privado y público colaboren para intentar potenciar el diseño de fármacos. También en España acaba de arrancar una asociación, Antimicrobial Discovery Spain (AD-Spain), integrada en una iniciativa internacional con el mismo nombre, que aglutina a investigadores, biotecnológicas, laboratorios, hospitales y que persigue fomentar y apoyar la investigación en resistencias antimicrobianas.

Superbacterias viajeras

En algunos países, como la India, donde los antibióticos de uso hospitalario se pueden comprar en los pequeños comercios, las bacterias resistentes a antibióticos son una epidemia. Los niños ya nacen con ellas y un estudio realizado en hospitales públicos de Nueva Delhi mostraba que el 70% de las 12000 infecciones detectadas en bebés no responden a ningún fármaco. Para salir del país, lo tienen fácil: tres de cada 10 turistas que visitan este país asiático vuelven con un polizonte en sus intestinos.

 

Datos para destacar

Sólo en la UE mueren unas 25000 personas al año por bacterias multirresistentes. Eso supone un coste de 1500 millones de euros a los sistemas sanitarios

El 90% de los antibióticos que tomamos los prescribe el médico de cabecera y servicios de urgencias para tratar afecciones respiratorias

Se necesitan entre 10 y 15 años de investigación para sacar un nuevo antibiótico al mercado

Desde 1987 sólo 2 nuevos tipos de antibióticos han salido al mercado

Cada 20 minutos aproximadamente las bacterias se replican. En ese proceso se pueden producir mutaciones que le confieran resistencia a fármacos

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