Las tazas de Mar Coll

Con 28 años rodó su primera película, Tres días con la familia (2009), que obtuvo tres premios en el festival de Málaga y le valió un Goya. Al poco volvió a la carga con Todos queremos lo mejor para ella (2013), con la que se confirmó como uno de los talentos jóvenes más brillantes del cine español.

(Perfil publicado en el suplemento Estilos de vIda, de La Vanguardia, el 13 de setiembre de 2014)

Fotos: Mané Espinosa

Fotos: Mané Espinosa

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Esta muchacha asusta. Porque a pesar de su aspecto dulce y de una media sonrisa algo pícara siempre a punto en la comisura de los labios, es capaz como pocos de noquearnos en la butaca del cine y dejarnos unos cuantos moratones. De confrontarnos con las miserias emocionales familiares, de contar historias y ahondar en una llaga que bien podría ser la nuestra.

Mar Coll (Barcelona, 1981) también impresiona. Por su enorme talento. Por su capacidad de trazar personajes de aspecto frágil, pero fuertes como rocas. Por su forma de incorporar humor negro, de incomodarnos un poquito, mirando a los ojos a los personajes. De tú a tú. “La intención [en sus películas] es celebrar la disfuncionalidad. Que en la vida hay bueno y malo. Que este es el tablero y las fichas que nos han tocado. Que esto de vivir es un juego, un viaje, una aventura. Que hay dolor, pero también hay felicidad y emoción”.

Asegura esta directora de cine que todas sus historias son personales, en el sentido de que siempre hay algo que la implica directamente. “Trabajo con material sensible, que me importa, que me emociona, o que me interesa”. Tal vez por ello, le gusta colar pequeños retazos íntimos en sus films: desde amigos que pone de ‘figurantes especiales’ hasta la tos de su padre, como en su segunda cinta, u objetos. Pequeños detalles con importancia.

Como las tazas de café que desde hace algún tiempo han vuelto a su cotidianidad. Eran de sus padres y estaban en la casa en la que creció, en el barrio barcelonés de Les Corts. A los 20 se marchó de allí para volver, con otra piel y otras vidas, a habitarla de nuevo una década después. Y a pesar de los muchos inquilinos que han pasado mientras por allí, el juego de tazas perdura.

“Para mí representan lo extraño que resulta volver a un espacio en que ya habías vivido, 10 años más tarde, en una situación diferente, pero que comporta muchos recuerdos. Y es casi un ejercicio de nostalgia beberme el café en ellas cada mañana. Me hace mucha ilusión”. Para Coll, la nostalgia tiene que ver mucho con el cine, con el hecho de registrar las cosas. Y como ocurre con una simple taza, a esta cineasta sus historias en celuloide también son capaces de transportarla a una época de su vida, a un paisaje emocional.

“En el fondo, una de las cosas buenas de hacerse mayor es la memoria, que con los años se va llenando de recuerdos, de momentos, tal vez idealizados, transformados, pero que son una fuente de placer al evocarlos. Y los pequeños objetos que vas conservando, que te van acompañando, como las fotos o para mí las películas, cumplen esa función de ayudarnos a revivir emociones”.

(despiece)

Una decisión racional

Cuesta creer que esta directora no tuviera una vocación clara desde pequeña de contadora de historias o de artesana de emociones. O tal vez incluso de cirujana. Porque asegura Mar Coll que lo de estudiar cine fue una decisión racional completamente. Buscaba dedicarse a alguna cosa en que no hubiera una separación tan obvia y clásica entre vida y profesión. Y en aquel entonces la Escuela de cine de Catalunya, el ESCAC, estaba empezando y le pareció, dice, que podía ser divertido. “Nunca pensé que fuera a acabar dirigiendo pelis ni dedicándome a nada creativo. Me veía más en temas de producción, o logísticos”, asegura. Pues mira que se equivocó, afortunadamente.

Entre amigos

A Mar Coll le gusta trabajar con amigos. No sólo hacen cameos en sus historias, sino que además rueda con ellos y suele escribir sus guiones y montar son sus dos mejores amigas.

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