La mandolina de Pedro Guerra

Este mono espabilado comenzó a cantar en las Islas Canarias hace tres décadas, junto a sus compañeros de Taller Canario, aunque él era músico desde mucho antes. Ha renovado la canción de autor en España y sus temas han sido la banda sonora de muchos primeros besos.

(perfil publicado en el suplemento Estilos de vida, de La Vanguardia, el 27 de setiembre de 2014)

Fotos: Mané Espinosa

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Su casa está en el mar, con siete puertas. Hace mucho que él ya no vive allí, pero le esperan. El viejo que no entiende sus canciones, la plaza, los fantasmas, los rincones. Esperan a este canario, con mirada de niño y palabra de poeta, que con veintitantos años llenó la maleta con letras, partituras y una guitarra, y se marchó a Madrid. Con sus pies descalzos y su pelo afro.

Muchos fueron, entonces, los que se enamoraron por primera vez mientras escuchaban alguna de sus historias. El marido de la peluquera, Deseo, Debajo del puente, 2000 recuerdos, Daniela, Peter Pan. Banda sonora del primer beso, del primer abrazo.

Este canario, con mirada de poeta y alma de niño, ya ni se acuerda de cuándo empezó a ser músico. Tal vez nació así. Recuerda que de muy chico, en su casa en su pueblo Güimar, en Santa Cruz de Tenerife, había una mandolina y a él ya le hervía la sangre con corcheas, blancas y fusas. “Me apunté a una agrupación musical de pulso y púa, como las llamamos en Las Canarias. Son una especie de orquestas con guitarras, laúdes, bandurrias. Y yo iba allí con mi mandolina un par de veces en semana y nos enseñaban a tocar algunas piezas”. Y así fue como empezó.

Y tras la mandolina, llegó la guitarra, que mima y cuida y acaricia con delicadeza en sus temas. Y la flauta dulce. Y todo lo que le echaran por delante. “En aquella época, me apuntaba a todo lo que sonaba a música. Hubo también un profesor que se ofreció de manera voluntaria a darnos clases de flauta dulce al mediodía, antes de que empezaran las clases de la tarde y allí que iba yo también”.

A sus 14 años, el niño poeta con alma de músico, ya compuso su primera canción, Cathaysa. Y aún sin saber, sin haber besado nunca a una chica, Pedro Guerra (Güimar, 1966) le cantaba al amor. “Seguramente, era una identificación con los artistas que a mí me gustaban. Y si ellos hablaban de amor, yo también. De la misma forma, también les robaba los acordes y las formas de hacer. En aquella época, recuerdo, yo era una especie de clon de Silvio Rodríguez. Fueron como los primeros pasos de aprendizaje de un oficio, ¿no?”. Y de aquellos primeros pasos, ya han pasado tres décadas y 13 álbumes. Y Contamíname. Y Gente Sola. Y Alfonsina y el mar. Y Se enamoró de un río. Y…

Hace unos meses, reencontró aquella mandolina que comenzó a tocar de niño. Y la rescató de la pared en la que llevaba mucho tiempo olvidada. “Estaba destruida, pero la hice restaurar por completo. Para mí tiene un doble valor sentimental: por una parte, es el primer instrumento que toqué y por otra, era de mi padre”. Ahora, de gira con su último proyecto en que celebra sus 30 años sobre los escenarios, la ha introducido como un elemento más dentro del concierto. “La uso en algunos momentos concretos, en los que aprovecho para explicar un poco lo que significa dentro de mi historia musical”. Y trata así de contaminar al público, de mezclarse con él, y de contarles el cuento del músico poeta con mirada de niño.

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Un toque de humor

Sobre el escenario, a Pedro le gusta entre canción y canción explicar cosas. A veces, cuenta de dónde le vino la inspiración para componer un tema; otras, habla sobre alguna cuestión de actualidad. O relata algún episodio que le ha ocurrido. Y muchas, aprovecha para poner un toque de humor. “A veces entiendo que el tipo de canción que yo hago puede llegar a tener una excesiva intensidad, y tampoco persigo eso, por lo que aprovecho el momento en que hablo en los recitales para relajar un poco la cosa y explicar datos a la gente que ayuden a comprender mejor lo que quiero contar. Y si es con humor, mejor que mejor”.

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