Cáncer, nuevas armas para viejas luchas

Los expertos aseguran que dos de cada tres cánceres se curan o se cronifican. Aún así, se prevé que el número de casos de esta enfermedad no deje de aumentar en los próximos años y sigue habiendo tumores intratables. Científicos en laboratorios de todo el mundo investigan nuevas estrategias para frenar su avance, desde nanopartículas de oro y luz láser, hasta bacterias y virus que actúan como caballitos de Troya.

(Reportaje publicado en la revista QUO México del mes de octubre de 2014)

Captura de pantalla 2014-10-24 a las 10.34.06

Léelo en PDF: Nuevas armas contra el cáncer

(El texto puede diferir del publicado porque éste es anterior a la edición de la revista) 

La primera vez que se notó un bulto en el pecho, el corazón le dio un vuelco. ¿Qué era aquello? Vio que al presionarse le molestaba un poco. “¡Bah! Debe ser que me he hecho daño practicando deporte”, se dijo a sí misma, porque en aquel entonces entrenaba casi a diario. A sus 31 años, a Laura ni se le pasó por la cabeza que pudiera tener nada malo. Entonces era mayo de 2010 y la vida le sonreía. Se acababa de enamorar perdidamente, había dejado un trabajo que no la llenaba y emprendido una nueva etapa profesional. Y, además, en un par de meses tenía planeado recorrer la India, su viaje soñado, con una de sus más cercanas amigas.

Y sin embargo todo se empezó a truncar a gran velocidad. Ya en el país asiático, una de las veces en que se colocaba la mochila a la espalda, se percató de que aquel bulto seguía allí. Tal vez era incluso un poco más grande y comenzaba a dolerle. “No te preocupes –le insistía su amiga-, estamos todo el día con la mochila arriba y abajo, debes tener los músculos fatigados, o te habrás hecho un esguince”. Sin embargo, Laia ya sospechaba que algo no marchaba bien. “¿Y si tengo algo malo?”, repetía llorando.

Al volver a Barcelona, esta catalana hija de exiliados argentinos, fue rápidamente a su médico, que tras examinarla y hacerle una mamografía, le confirmó su temor: tenía un tumor como una bola de ping pong y otros más pequeños en su pecho izquierdo. Debían comenzar con el tratamiento inmediatamente. “No me enfrento a la muerte, sino a una enfermedad y la voy a vencer. Me curaré”, solía decir Laura. Tras meses de dura quimioterapia, la operaron para extirparle el pecho. Luego llegó la radioterapia. “Es horrible, cuando estoy allí huele a carne quemada”, explicaba.

Casi dos años después de comenzar el tratamiento, le dieron el alta. Estaba, en teoría, libre de la enfermedad, aunque debería seguir tomando medicación en pastillas. Aquel día, un viernes, se fue a cenar con su pareja y sus amigos, a celebrar la buena noticia. Sin embargo, la alegría duró poco. Un mes después le salió un sarpullido encima de la cicatriz de la operación. “No es nada, un eczema”, le dijeron los médicos. Pero aquello crecía y dolía. Una biopsia confirmó que se trataba de células cancerígenas. Le volvieron a dar radioterapia. Pocos meses después, se descubrió nuevos bultos en el otro pecho. Y le encontraron más tumores en el pulmón y también en el cerebro. Su cáncer había generado metástasis.

El cáncer de mama es el más común en mujeres de todo el mundo y representa, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) el 23% de todos los nuevos casos diagnosticados. Si se descubre a tiempo en una revisión médica, en las primeras fases de la enfermedad, es curable y el 75% de las mujeres consiguen superarlos.

Ahora bien, tres de cada 10 mujeres con cáncer de mama desarrollan la enfermedad avanzada: el tumor se extiende a los ganglios de las axilas o se esparce por otros tejidos del organismo, y genera metástasis, como le ocurrió a Laura. En estas situaciones, el pronóstico para la paciente es aciago, puesto que no existe cura y el tratamiento pasa por manejar los síntomas e intentar retrasar el progreso de la enfermedad. Lamentablemente, más del 90% de las mujeres con cáncer mamario en fase avanzada o metastásica muere antes de cinco años tras recibir el diagnóstico.

Ni Laia ni su familia sabían que ése era el tipo de cáncer que ella tenía. Tal vez no quisieron saber, tal vez los médicos no la informaron. Lo cierto es que los medicamentos no funcionaba y sobre todo el tumor cerebral avanzaba a pasos agigantados. En apenas tres meses Laia perdió muchísimo peso y se le empezaron a olvidar palabras. Transcurridos unos días, no era capaz de servirse un vaso de agua, ni de abrocharse los zapatos. Perdía el equilibrio, por lo que había que ayudarla a caminar. El declive era fulminante.

En febrero de 2014, los oncólogos del Hospital del Mar, en Barcelona, donde Laura se visitaba, decidieron retirar la medicación. Fue un momento muy doloroso para su familia y su pareja. Entonces ya no podía hablar, ni apenas tragar, por lo que todo el alimento se le tenía que dar en papilla. No se tenía en pie, parecía no entender mucho de lo que ocurría, y lloraba. El 1 de marzo moría después de cuatro años de lucha. Aún no había ni cumplido los 36 años.

‘Tengo cáncer’

Por desgracia, el caso de Laura no es aislado. ¿Quién no conoce a alguien que padece la enfermedad o que ha muerto debido a ella. Según datos de la OMS, en el año 2012 (son los datos más actuales de que se dispone) había 14,1 millones de personas diagnosticadas con cáncer, de las cuales murieron 8,2 millones.

En las últimas cuatro décadas se han producido enormes avances que han hecho posible que dos de cada tres tumores se curen por completo o al menos se cronifiquen, esto es que se deba tomar medicación de por vida y así se mantenga la enfermedad a raya, como ocurre con el SIDA. Pero es cierto aún que sigue habiendo tumores extremadamente difíciles de tratar, como los de páncreas o los cerebrales. Y las previsiones de futuro sobre esta enfermedad no son nada halagüeñas: según la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC), un organismo que forma parte de la OMS, uno de cada tres hombres y una cada cuatro mujeres padecerá en algún momento de su vida esta enfermedad.

En México cada año se estima que fallecen 78,719 personas debido a cáncer, según información proporcionada por Cancer Research UK (http://www.cancerresearchuk.org/); el tumor más común es el de pulmón, que comporta el 9% de las muertes mundiales, seguido por próstata, estómago y mama, que los tres juntos rondan un 25% de los casos. A nivel mundial las cifras son muy similares; el de pulmón sigue encabezando el ránking de muertes y ocasiona el 20% del total de mortalidad por cáncer en el planeta. Muchas de esas muertes se podían evitar con algo tan sencillo como dejar de fumar.

“Lo verdaderamente sorprendente es no padecer cáncer”, afirma Carlos López-Otín, biólogo molecular de la Facultad de Medicina de la Universidad de Oviedo y premio México de Ciencia y Tecnología, uno de los galardones científicos más prestigiosos de Iberoamérica. “Es una enfermedad –prosigue- que nos hace sentir extremadamente vulnerables y que más que ninguna otra muestra la fragilidad humana”.

Un viejo conocido

El cáncer es tan viejo como la propia vida. Hace 3800 millones de años, cuando los organismos unicelulares pasaron a ser pluricelulares, empezaron a replicar su ADN. A veces cometían errores y cuando esos errores afectaban a genes importantes, comenzaban los problemas. De hecho, no hay ser vivo multicelular que se libre de padecerlo, desde las plantas a los mamíferos o las aves, todos están expuestos a desarrollarlo.

A pesar de que la percepción popular es que estamos ante una verdadera epidemia, y hay quienes señalan a factores como los químicos de la comida, las antenas de los celulares o la contaminación como motivo, los expertos apuntan al aumento de la esperanza de vida de la población como causa principal de un mayor número de diagnósticos de cáncer, puesto que con la edad se van acumulando más daños en el genoma que pueden generar tumores. También señalan nuestro estilo de vida: el consumo de tabaco, la ingesta elevada de alcohol, la obesidad, o la exposición prolongada a los rayos ultravioletas del sol favorecen el proceso de generación de tumores.

A estos factores, dicen los investigadores, hay que sumar que cada vez nos diagnosticamos más, lo que no implica que cada vez haya más casos. “Sentimos algo de dolor y vamos al médico –señala Joan Massagué, director científico del centro Memorial Sloan Kettering de Nueva York (EEUU) -. Y así seguramente incluso hemos diagnosticado cánceres que se hubieran probablemente solucionado solos, porque no hay que olvidar que tenemos cáncer cada día. Pero el sistema inmune nos protege eliminando esos microcánceres, células malignas precancerosas. Los casos que llegamos a ver en las consultas son aquellos que han logrado escapar de las defensas del organismo”.

En este sentido, el investigador Salvador Aznar-Benitah, del Instituto de Investigación Biomédica de Barcelona, quien recientemente descubrió que las células epiteliales cuentan con un reloj biológico interno que les dicta qué hacer en cada momento, pone como ejemplo de esos microcánceres que vencemos a diario los de la piel. “Cada vez que nos exponemos al sol, se producen cientos de miles de mutaciones, que se van a acumulando. Si el sistema inmunitario no consiguiera reparar esto de alguna manera, deberíamos estar todos con tumores saliéndonos por las orejas y claramente no es así, sino que por lo general el cáncer se desarrolla en gente que es mayor, a partir de los 60. Y eso nos lleva a pensar en la capacidad tan tremenda que tiene el tejido no sólo de reparar los daños sino también de eliminar aquellas células que no puede reparar”.

El primer paso realmente importante en la lucha contra la enfermedad se produjo hace 30 años, con la irrupción de la biología molecular, que permitió empezar a entender que el cáncer se producía por una acumulación de daños en el genoma, que incidía en dos tipos de genes, hasta ese momento desconocidos: por un lado, los oncogenes, que sufren daños y permiten el crecimiento de tumores; y por otro lado, mutaciones en los genes supresores de tumores, que cuando están mutados pierden la capacidad de frenar a las células cancerosas y entonces éstas empiezan a progresar indefinidamente.

Gracias a esos hallazgos, se comenzaron a desarrollar nuevas terapias, fármacos que a diferencia de la quimioterapia tradicional, no estaban dirigidos a destruir las células cancerosas en general, sino a bloquear las actividades indeseadas que presentaban esas células como se consecuencia de las alteraciones genéticas. Y de 2000 a 2010 eso es lo que han hecho a contrarreloj médicos y biólogos: desarrollar inhibidores y anticuerpos, fármacos contra dianas terapéuticas concretas, nuevas herramientas para curar o cronificar el temido cáncer.

Pero no era suficiente. Así que hace apenas 4 años se volvió a dar un nuevo paso de gigante. En 2010 se creó el Consorcio internacional para los genomas del cáncer (https://icgc.org), en el que participan países de todo el planeta. El objetivo es llegar a descifrar el genoma de los tumores más frecuentes. México, por ejemplo, participa en este proyecto internacional a través del Instituto Carlos Slim de la Salud y el Laboratorio de Genómica Funcional del Cáncer, estudiando el genoma del cáncer de la mama, así como de cabeza y cuello. Francia, el de hígado. Y así, con la excepción de Estados Unidos que investiga el de todos los tipos de tumor. En 2015 acabará el proyecto y se publicarán todos esos datos, lo que permitirá tratamientos mucho más personalizados y eficaces.

“No podemos tratar todos los tumores de forma similar. Es necesario investigar la hoja de ruta de cada uno para desarrollar herramientas apropiadas para combatirlos en cada caso”, señala María Blasco, directora del Centro Nacional de Investigaciones (CNIO), en España.

Caballitos de Troya

El tumor del cerebro fue el que, al final, acabó robándole la vida a Laura, la muchacha con quien comenzábamos este reportaje. El suyo era de origen metastásico, generado por células cancerosas que se habían escapado del pecho enfermo y había conseguido anidar en su cerebro. Hay otras personas, sin embargo, a las que es aquí dónde les aparece por primera vez el cáncer.

“Seguramente, el cáncer de cerebro, en el cual yo me especializo, como el glioblastoma, es el más complejo y difícil de curar –asegura Alfredo Quiñones-Hinojosa, un eminente neurocirujano mexicano del Hospital Johns Hopkins (Baltimore, EEUU), más conocido entre sus pacientes y compañeros como ‘Doctor Q’-. La razón es que no entendemos su origen ni tampoco por qué estos tumores, a pesar del tratamiento quirúrgico, de la radio y la quimio, siguen creciendo”.

En los últimos ocho años, señala este doctor, una referencia mundial en tumorología cerebral, ha surgido una hipótesis -que él ha investigado en su laboratorio- que señala que en el cerebro humano existen unas células madre cancerosas que son muy similares a las células madre sanas que permiten que tengamos un cerebro plástico y “creemos que estas células madre cancerosas son las que dan lugar a tumores muy agresivos y resistentes a la quimio y a la radio. Lamentablemente, es sólo una hipótesis de la que no podemos estar aún 100% seguros. Estamos en una etapa aún muy embrionaria para llegar a entender la enfermedad”, explica el Doctor Quiñones.

El cáncer en el que este neurocirujano se especializa es primario, es decir, que surge en primer lugar en el cerebro. Hay otros tipos de cáncer, como el de la mama, o el de pulmón, que causan metástasis y se extienden al cerebro, como le ocurrió a Laia. Para estos segundos sí existen más posibilidades de tratamiento eficaz. No, en cambio, para los primeros, para los que, además, la esperanza de supervivencia es muy baja.

Pero la buena noticia es que quizás este oncólogo mexicano haya dado con una forma de empezar a vencer a estos cánceres, tal como publicó el pasado mes de mayo en la revista Clinical Cancer Research. Extrae células madre del tejido adiposo de los pacientes [la grasa], llamadas mesenquimales, las modifica usando un virus y entonces “empleamos estas células como caballitos de Troya que van al cerebro, buscan las células madre cancerosas y las matan”, explica.

Con el virus, del que se ha desactivado su capacidad de infección, se modifica la célula madre de la grasa que luego se reintroducen en el tumor. Una vez allí, comienzan a segregar una proteína que hace que las células cancerosas sean menos agresivas para que se puedan tratar con radioterapia y quimioterapia de forma más efectiva.

No es el único tratamiento experimental y novedoso desarrollado por el laboratorio que dirige el Doctor Quiñones. “En lugar de virus, estamos usando también nanopartículas capaces de entrar en las células mesenquimales y modificar su maquinaria”, indica este científico. Por el momento, aunque ambas aproximaciones han sido muy exitosas, aún están lejos de poderse empezar a probar con humanos. “Al menos nos quedan 10 años para experimentar con personas”, señala Quiñones-Hinojosa.

El caso de Emily Whitehead

Cuando el cáncer de mama que padecía Laura, el HER2-, comenzó a extenderse por su cuerpo, sus familiares junto con su doctora oncóloga, comenzaron a buscar alternativas, ya que Laura era resistente a casi todos los tratamientos que se emplean en la actualidad. Intentaron colarla en un ensayo clínico bastante novedoso, pero no la dejaron entrar. Y es que para participar en estas pruebas se necesita que el paciente esté con sus plenas capacidades mentales. Y para cuando la doctora quiso colarla la muchacha apenas ya podía hablar o moverse por sí misma. Quién sabe si de haber entrado en el ensayo antes, en su caso este tratamiento experimental hubiera funcionado…

A quien sí le funcionó fue a la niña Emily Whitehead. Seguramente hayan oído hablar de ella, porque su caso dio la vuelta a las redes sociales. Con tan sólo cinco años le diagnosticaron una leucemia aguda, el cáncer más frecuente de los niños. Pero la suya era intratable y sus opciones de sobrevivir, muy pocas. Sus padres, entonces, decidieron inscribirla en un programa experimental que usaba el virus del SIDA para combatir la enfermedad.

Los oncólogos pediátricos del Hospital de niños de Philadelphia (CHOP) extrajeron millones de linfocitos T de la niña, los soldados del sistema inmunológico; mediante virus derivados del sida –desactivados, obviamente-, introdujeron una modificación genética en estas células guerrero para que fueran capaces de identificar y atacar a las células tumorales. Luego las reinsertaron en Emily y esperaron. Se convirtió así en la primera paciente del mundo pediátrica en recibir células T modificadas genéticamente para luchar contra la leucemia. Y ya lleva dos años totalmente libre de la enfermedad.

“La niña respondió por completo a la terapia con células T. Comprobamos su médula espinal para ver si existía la posibilidad de que la enfermedad hubiera regresado tres meses después y luego al cabo de medio año. Y nada. Las células T luchadoras contra el cáncer siguen en su cuerpo, funcionando”, explica Stephan Grupp, oncólogo pediátrico del CHOP.

No es la única forma de usar virus. En distintas partes del mundo hay oncólogos que usan adenovirus desactivados, que en la naturaleza causan resfriado y conjuntivitis, y los modifican genéticamente para convertirlos en oncovirus que sólo atacan las células tumorales. Por el momento, como ocurre con todas estas aproximaciones, no es un tratamiento, sino una estrategia prometedora que no funciona igual en todos los pacientes.

Estos oncovirus se inyectan directamente en el tumor para que se repliquen dentro de él con el objetivo de que el sistema inmune los detecte y comience a actuar contra ellos y el tumor. Se han realizado ya algunos ensayos clínicos, con una respuesta favorable de entre el 10 y el 20% de los enfermos, una cantidad que aunque pueda parecer baja es esperanzadora, puesto que se aplica a tumores de muy mal pronóstico.

 

Despertar al sistema inmune

Ante la desesperación de los familiares y amigos de Laura, sobre todo en los últimos meses de vida, decidieron contactar con un oncólogo catalán que trabaja desde hace muchos años en Estados Unidos y que recientemente saltó a todos los medios de comunicación. A comienzos de 2014, la prestigiosa revista Science publicó un monográfico en el que afirmaba que la inmunoterapia, que es la estrategia que este médico, Antoni Ribas, investiga, era, sin duda, el avance científico más importante del año anterior.

Se trata de una novedosa estrategia de abordar el cáncer, que en lugar de atacarlo directamente, libera al sistema inmunitario para sea él quien lo ataque con toda su fuerza.

Aunque dentro de la inmunoterapia hay distintas aproximaciones, por el momento la que mejores resultados está produciendo es aquella que persigue quitarle los frenos a nuestras defensas. Ocurre que tenemos un sistema inmunológico que está preparado para luchar contra amenazas externas, no internas. Por ello tiene una serie de “frenos” que evitan que luche contra nuestro propio organismo. De no ser así, padeceríamos una multitud de enfermedades autoinmunes, explica el eminente oncólogo Antoni Ribas, al frente del programa de inmunología de los tumores en la Universidad de California-Los Angeles,

Este investigador ha identificado dos inhibidores o frenos, el CTLA-4 y el PD-1, que por el momento son las moléculas más estudiadas y en las que se basan los ensayos clínicos. Y ha desarrollado fármacos capaces de desactivar esos frenos. En un estudio con 135 pacientes que padecían melanoma, un tipo de cáncer de piel muy agresivo y resistente a los tumores, les suministró un anticuerpo dirigido contra PD-1. El 30% de los pacientes respondieron y la enfermedad, intratable hace tan sólo cuatro años, remitió. Y lo más esperanzador, no se ha vuelto a reproducir.

En otro estudio liderado por Jedd Wolchok, del Memorial Sloan Kettering de Nueva York, se trató a 53 pacientes con dos anticuerpos distintos: uno dirigido a PD-1 y otro a CTLA-4. Cuatro de cada 10 respondieron al tratamiento y esa cifra aumentó al 53% cuando se combinaban ambos fármacos. Eso sí, no todo lo que reluce es oro y estos tratamientos tienen graves efectos secundarios, porque al quitarle los frenos al sistema inmunitario éste también se vuelve contra el organismo: uno de cada cinco enfermos desarrolla enfermedades como colitis ulcerosa. Sin embargo, esta terapia ha demostrado no ser para nada efectiva en casos de cáncer de la mama. A Laura se le cerraban todas las puertas.

Dentro de las inmunoterapias también se incluyen las llamadas vacunas contra el cáncer, a las que esta revista, Quo México, ya les dedicó un reportaje a comienzos de año. Aunque popularmente se conoce este tratamiento como “vacuna”, el término suele generar confusión, porque a diferencia de lo que ocurre con otras enfermedades, como el sarampión o la varicela, estas vacunas no previenen que aparezca el cáncer, sino que lo tratan; son, por tanto, terapéuticas. Lo que hacen es tratar de reforzar la capacidad natural del cuerpo para defenderse a sí mismo.

En este sentido, una de las vacunas más prometedoras es el Racotumomab, un fármaco desarrollado conjuntamente por el Centro de inmunología molecular de la Habana y el Laboratorio Elea de Argentina. Está dirigida a aquellas personas que sufren cáncer de pulmón, el que más muertes al año acarrea. Consiste en un antígeno, una sustancia que estimula una respuesta inmunitaria específica que hace que nuestras defensas “vean” las células enfermas y las eliminen.

La gran noticia es que esta vacuna terapéutica carece de efectos adversos, aunque sólo se puede aplicar en una etapa concreta de desarrollo del tumor. Antes o después no es efectiva. Además del cáncer de pulmón, también se están haciendo investigaciones para cáncer de mama, por ejemplo en el MD Anderson Cancer Center, aunque de momento no se conocen los resultados.

Recolocando los “acentos” del genoma

Aunque no era el caso del tipo de cáncer de Laura, algunos tumores son causados por factores externos que consiguen alterar nuestro material genético. Todas las células de nuestro organismo contienen los mismos genes, que son las unidades en que está divido nuestro ADN y que las hacen funcionar. Ahora bien, para que una célula de la piel haga un trabajo distinto que una del corazón, esos genes tienen que estar regulados de forma diferente. Y eso es la epigenética. De alguna manera, es como si el ADN fuera el abecedario, y la epigenética los acentos, las cursivas, mayúsculas, la puntuación, todo aquello que hace que las palabras cobren un sentido determinado.

Determinados factores, como el tabaco, el alcohol o las grasas saturadas, pueden influir sobre la epigenética y producir enfermedades como el cáncer. Existen algunos fármacos ya aprobados que son capaces de revertir esas alteraciones epigenéticas, sobre todo en pacientes que padecen linfomas y leucemias. Lo que hacen es devolverle la expresión adecuada a los genes y en las células sanas tienen muy poca toxicidad. “En el futuro se tendrán que desarrollar muchos más fármacos epigenéticos pero tendrán que ser más específicos”, señala Carlos López-Otín, bioquímico y codirector del proyecto español para la secuenciación del genoma de la leucemia linfática crónica.

Luz para combatir el cáncer

El principal problema de los tumores es que se esparcen por el cuerpo, es decir, que producen metástasis. Es lo que le ocurrió a Laura, que del pecho izquierdo se le pasó al otro pecho, y luego al pulmón y al cerebro. El principal escollo para evitar la metástasis es que muchas veces es indetectable hasta que se forma un tumor de cierto tamaño. Y entonces ya, en muchas ocasiones, es imparable, Pero, ¿y si se pudiera detectar mucho antes?

Un grupo de investigadores del Instituto de Ciencias Fotónicas (ICFO) llevan años trabajando con nanopartículas de oro para intentar desarrollar laboratorios diminutos y portátiles, del tamaño de un chip, capaces de detectar marcadores de proteínas de cáncer en la sangre. Aunque es extremadamente pequeño, el chip que han desarrollado alberga varios sensores distribuidos en una red de microcanales de fluidos, que permiten hacer varios análisis a la vez. En su superficie hay nanopartículas de oro recubiertas de un receptor de anticuerpo capaz de atraer a marcadores tumorales.

“El funcionamiento es sencillo, se inyecta una gota de sangre en el chip, la sangre circula por los microcanales y si contiene marcadores de cáncer, se adhieren a las nanopartículas, lo que provoca cambios que el dispositivo monitoriza y analiza para hacer una evaluación directa del riesgo para el paciente de desarrollar un cáncer”, explica Quidant, del ICFO.

Estos chips ya están desde hace muy pocos meses en el mercado. Y estos físicos cuánticos también tratan de dar con una terapia más eficiente y menos invasiva para combatir el cáncer mediante el uso de la luz láser y nanopartículas de oro. “La idea es recubrir nanopartículas de oro con moléculas capaces de reconocer las células cancerosas– explica el físico francés Romain Quidant, que lidera este proyecto-. Una vez dentro del organismo, al encontrar una célula enferma se adhieren de manera específica a ella. Y entonces es cuando entra en juego la luz láser: las nanopartículas de oro tienen la peculiaridad de propiciar un tipo de resonancia óptica denominada resonancia plasmón. Al ser sometidas al láser, las nanopartículas de oro se calientan por efecto de la resonancia plasmón hasta el punto de llegar a quemar el tejido enfermo”.

De momento, la investigación se halla en fase de pruebas de laboratorio in Vitro sobre células aisladas; el siguiente paso será inyectar esas partículas en animales para ver si son realmente capaces de localizar y eliminar las células cancerosas. “A diferencia de la quimio o la radioterapia, se espera que estas técnicas sean capaces de destruir un tumor sin afectar al resto de tejidos sanos que lo rodean”, puntualiza Quidant.

Por el momento, todas estas terapias y estrategias son experimentales. Seguramente, ninguna le hubiera salvado la vida a Laura. Tal vez, si hubiera conseguido vivir un año más, otro gallo cantaría, porque los avances en ciencia y sobre todo en oncología, se suceden a un ritmo vertiginoso. A Manel Esteller, uno de los máximos expertos en el mundo en epigenética, le gusta poner como ejemplo a Freddy Mercury, el cantante de la banda de rock Queen. Asegura este prestigioso oncólogo que si el músico hubiera logrado vivir un año más, lo más probable es que ya no hubiera muerto de SIDA, porque poco después de su muerte se hallaron los retrovirales que cronifican la enfermedad. Quién sabe. Está claro que jamás se encontrará una única solución, como la penicilina, capaz de curar todos los cánceres, pero la ciencia avanza a pasos de gigante, y en los próximos años estas terapias podrían comenzar a dar exitosos frutos.

Deja un comentario